Racismo discriminación que persiste
Guillermo Cárdenas Guzmán
Foto: Arturo Orta
Múltiples evidencias sociales, históricas, genéticas y antropológicas demuestran que es erróneo clasificar y jerarquizar a los seres humanos en términos de razas. ¿Por qué sigue tan arraigada esta tendencia?
Me niego a aceptar la idea de que la humanidad
está tan trágicamente regida por la noche
sin estrellas del racismo y de la guerra, que el brillante amanecer de la paz
y la hermandad nunca será una realidad.
Martin Luther King
Aunque México es una nación pluricultural surgida del mestizaje y la mayoría de su población —65 %— considera que posee un tono de piel oscuro, en la práctica persisten abierta o veladamente actitudes de rechazo y discriminación basadas en prejuicios racistas.
Un estudio de la empresa estadounidense de medios de comunicación BuzzFeed difundido a finales de 2016 refleja parte de esta tendencia: en algunas de las principales revistas que se producen y circulan en el país la presencia de personas de tez blanca resulta abrumadora, mientras que las de piel morena rara vez aparecen en sus páginas.
Tras analizar el contenido editorial y los anuncios de 15 publicaciones seleccionadas, BuzzFeed encontró que en el mejor de los casos los individuos con piel oscura ahí representados no rebasan el 20 %. En ningún caso éstos figuraron en una foto de portada y cuando aparecieron en los espacios interiores fue en alusión a temas de filantropía o viajes.
Aunque en los discursos se niegue o condene, el monstruo del racismo sigue mostrando sus múltiples caras y a menudo es un factor para jerarquizar a los individuos sobre el supuesto de que las diferencias anatómicas y de color son determinantes de la naturaleza humana.
Blanco anómalo
Vistos a la luz del Sol, los seres humanos poseemos diversos colores y tonalidades de piel cuyos contrastes aparentan ser muy distintos: marrón oscuro entre las poblaciones africanas; rojo broncíneo los indígenas nativos de Norteamérica o blanco muy tenue los habitantes del norte de Europa. Pero iluminados con una fuente distinta de la luz visible podríamos observar, como lo describe el astrónomo y divulgador Carl Sagan en su libro Miles de millones, que todos los seres humanos compartimos el color oscuro de la piel de Nelson Mandela o Martin Luther King. Si pudiéramos mirar con otros tipos de luz del espectro electromagnético, ya sea en la zona del infrarrojo o en el otro extremo, la región ultravioleta, veríamos, según Sagan, la piel blanca como una anomalía, pues todos los humanos, descendientes de europeos nórdicos o africanos, luciríamos igual de negros. Este efecto sería posible porque en dichas franjas del espectro casi todas las moléculas orgánicas —y no sólo la melanina, como ocurre en la franja visible— absorben la luz.
Por esta razón, escribió el científico en el último libro que publicó antes de su muerte en 1996, resulta absurdo describir como “de color” a los individuos de ascendencia africana que tienen un contenido elevado de melanina (la sustancia natural que pigmenta la piel y el cabello) y calificar de “pálidos” a quienes lo tienen bajo. Son igualmente descabelladas las actitudes y prácticas discriminatorias y las creencias e ideologías que se han erigido sobre el supuesto de que las diferencias anatómicas y de color son determinantes para jerarquizar a los individuos.
Condenar lo diferente
No hay certeza absoluta sobre los orígenes temporales y territoriales del racismo, aunque hay cierto consenso entre los expertos sobre la necesidad de distinguir las prácticas sociales de rechazo a lo diferente de las ideologías y teorías que han intentado sustentarlo. El antropólogo físico Víctor Acuña Alonzo señala que la discriminación a aquellas personas que tienen un aspecto diferente al propio tiene raíces milenarias, mientras el racismo como ideología para justificar la dominación sobre otros grupos está muy ligado al nacimiento del Estado-nación moderno a partir del siglo XVI. En este último caso, dice el profesor e investigador de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), algunos Estados-nación construyeron un discurso sobre la inferioridad de otros grupos humanos con la intención de darle a ésta un carácter “natural” y así justificarla.
Olivia Gall, académica del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (CEIICH) de la UNAM, plantea que el origen del concepto de racismo está ligado a un periodo histórico, a comienzos del siglo XIX, caracterizado por la caída de los regímenes monárquicos. No se trata sólo de la construcción de prejuicios o estereotipos sobre los otros, sino de una forma de poder ejercida por ciertos grupos étnicos dominantes sobre otros grupos subordinados, explica la socióloga e historiadora universitaria.
Cuando los seres humanos asumimos identidades les damos significado y al hacerlo atribuimos al otro no sólo diferencias en general, sino diferencias que pueden jerarquizarse, comenta por su parte el también antropólogo físico José Luis Vera Cortés, ex director de la ENAH. Esto fue lo que sucedió, por ejemplo, cuando los conquistadores europeos en los siglos XVI y XVII se asumieron como grupo culto y civilizado y vieron a los otros pueblos sometidos como bárbaros o salvajes.
Fernando Vizcaíno Guerra, del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, comenta que mirar con desconfianza a los otros (los de diferente color, lengua o cultura) es una especie de mecanismo de defensa colectivo. El conflicto surge cuando el racismo adquiere una dimensión ideológica que sirve a la búsqueda o al ejercicio del poder político. “Quizá el ejemplo más vivo de esto en la actualidad sea Donald Trump, que utiliza la exaltación de lo propio y la condena de lo extraño como una forma de ejercer el poder”.
Racismo y discriminación
Al hablar de racismo es común pensar en los modelos “extremos” de depuración racial alentados por regímenes políticos como el de la Alemania nazi o Sudáfrica durante el apartheid. Sin embargo, con frecuencia este fenómeno se asocia con otros tipos de discriminación que ya no tienen que ver sólo con los rasgos físicos, según observa el antropólogo José Luis Vera Cortés.
En México hay numerosos ejemplos actuales de este “binomio” pernicioso entre racismo y discriminación que es muy abundante pero poco reconocido por nuestra sociedad, según el ex director de la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Uno de ellos es considerar que una persona, por el solo hecho de tener piel morena o rasgos indígenas, resulta social, cultural o económicamente inferior.
A esta inferioridad “intrínseca” de los grupos autóctonos alude también César Carrillo Trueba en su libro El racismo en México, una visión sintética, donde plantea que en el fondo de dichas actitudes de rechazo existe un patrón común: la idea de que los grupos humanos distintos a los europeos occidentales son inferiores.
La Organización de Naciones Unidas, a través del Alto Comisionado para los Derechos Humanos, adoptó una resolución (Durban, Sudáfrica, 2001) para erradicar los prejuicios y la discriminación racial, término al que define como cualquier distinción, exclusión, restricción o preferencia basada en la raza, el color, la ascendencia o el origen nacional o étnico con el propósito o el efecto de nulificar o afectar el reconocimiento, disfrute o ejercicio de los derechos y libertades humanas fundamentales en el plano político, económico, social o cultural.
Descripciones a flor de piel
La división tradicional de los humanos en grupos raciales se ha basado sobre todo en descripciones de rasgos físicos externos (fenotipo) que casi nunca incluyen aspectos fisiológicos o genéticos (genotipo), pues los estudios generalizados de la fisiología y la genética humanas son recientes en la historia. Por ejemplo, en la que se considera la primera clasificación racial moderna (1684), atribuida al médico francés François Bernier, se subdivide a los humanos según sus rasgos físicos en cuatro razas distribuidas en varias regiones geográficas. Por su parte, el naturalista alemán Friedrich Blumenbach aplicó el análisis de las dimensiones del cráneo (craneometría) para establecer en 1790 la existencia de cinco razas, cuyas diferencias anatómicas serían resultado de adaptaciones climáticas.
“La antropología biológica, que tuvo origen en los siglos XVIII y XIX trató de caracterizar científicamente la enorme diversidad humana; sin embargo en dicho esfuerzo gestó un ‘racismo científico’ con el cual pretendía justificar las diferencias”, explica Vera Cortés. El investigador aclara que la ciencia y en particular la antropología reconocen la diversidad y variabilidad humana en múltiples aspectos como la biología, la lengua o la cultura. Sin embargo, el hecho de que hubiera tantas clasificaciones incompatibles hace evidente lo endeble que resulta sostener la existencia de grupos raciales naturalmente delimitados.
Con la llegada de nuevas corrientes antropológicas en el siglo XX estas ideas racialistas fueron desechándose poco a poco, aunque no han desaparecido. Aunado a esto, dentro de la misma antropología surgieron otras líneas de pensamiento que no sólo cuestionaron los sesgos racistas de numerosas investigaciones, sino que negaron la existencia misma de las razas humanas.
Acuña Alonzo plantea que si bien el concepto de raza tiene una enorme carga semántica negativa debido a su historial, en el campo de la antropología, aún se debate la pertinencia de utilizarlo en razón de la necesidad que tienen los estudiosos de caracterizar la gran diversidad de la especie humana. “Todo depende del significado que le demos. Si alguien entiende por raza una categoría cerrada (que no cambia con el tiempo) por debajo del nivel de especie, está mal. Pero si se asume como que unas poblaciones se parecen más entre sí que a otras, podríamos discutir si se utiliza o no”.
Negado, pero presente en México
A pesar de sus profundas raíces en los procesos de mestizaje y de su diversidad étnica y cultural, a la que contribuyen 68 pueblos indígenas, México es un país donde abundan las expresiones de discriminación racial. Al menos así lo muestran algunos resultados de la Encuesta Nacional sobre Discriminación 2010, realizada por el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred).
Actualmente, ¿cuál es el principal problema para las personas de tu grupo?
En mi casa no me gustaría que vivieran personas...
(Porcentaje por grado de escolaridad)
¿Alguna vez tus derechos no han sido respetados por tu color de piel?
(Porcentaje por nivel socioeconómico)
Fuente: Encuesta Nacional sobre Discriminación 2010, Conapred.
Todos somos africanos
En el fondo y en la superficie, vistos con otra luz, la de la ciencia, los Homo sapiens no somos tan diferentes, pues además de compartir un origen africano que se remonta unos 200 000 años, compartimos la mayor parte de nuestra información genética. Tras la culminación en 2003 del Proyecto del Genoma Humano, que determinó la secuencia de los genes que nos constituyen, los científicos encontraron que todos compartimos el 99.9 % de ellos. Así, por distintos que parezcan a la vista un indígena sudamericano, un nativo africano o un escandinavo, sus diferencias genéticas se reducen a un 0.1 %. “Aunque somos muy diversos, a nivel genético la cantidad de información que compartimos es casi absoluta. Las diferencias existen, pero son más las cosas que nos unen”, subraya Vera Cortés.
Además, como lo mostró un estudio con personas de todos los rincones del planeta realizado por el biólogo Marcus Feldman, de la Universidad Stanford, dentro de esa diminuta porción del 0.1 % del genoma humano, 94 % de las variaciones ocurren entre individuos de las mismas poblaciones y sólo el restante 6 % entre los que pertenecen a otras. “La forma en que se distribuye la variación genética de las poblaciones es muy diferente a como solemos ver las divisiones tradicionales entre europeos, asiáticos o africanos”, afirma Víctor Acuña. “En realidad, la mayor diversidad genética de la humanidad está en África, por lo cual los habitantes del resto del planeta seríamos como un subgrupo de africanos”. Y estas divergencias genéticas no están relacionadas con los atributos físicos que tradicionalmente se han empleado para definir los tipos raciales, pues no existen genes específicos de ciertos grupos de población. “Hablar del genoma de los mexicanos o de los europeos es una ilusión. Lo que nos hace diferentes no está en los genes, sino en la cultura”, precisa el antropólogo físico. Tampoco es exacto hablar de linajes o pureza racial de ciertos grupos humanos, pues como lo demuestran múltiples evidencias históricas, arqueológicas y antropológicas, la constante de nuestra especie ha sido la migración y mezcla de poblaciones. Los españoles, por ejemplo, son resultado de la mezcla entre romanos, fenicios, árabes y muchos otros grupos. Por otra parte, no hay una homogeneidad dentro de los mismos grupos étnicos o poblacionales que permita establecer “modelos” o prototipos raciales, pues sus integrantes pueden tener notables diferencias de estatura, complexión, color de piel u otros rasgos.
Hacerlo visible
A pesar de todas las evidencias científicas en contra, el racismo sigue presente en las prácticas sociales y en los discursos políticos de muchas naciones, no sólo de aquellas que históricamente han sido cuna de regímenes esclavistas o segregacionistas, sino de otras con una composición multiétnica y pluricultural, como México. Los resultados de la Encuesta Nacional sobre Discriminación 2010 del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), la más reciente que se ha dado a conocer, ilustran esta realidad. Al responder si estarían dispuestos a compartir su hogar con individuos “de otras razas”, casi la mitad (45.9%) de las personas que únicamente tienen estudios de primaria manifestó su rechazo a tal proposición.
Esta situación resulta paradójica, pues nuestra identidad histórica se cimenta justamente en el mestizaje y la mezcla de culturas, señala Olivia Gall, quien es también coordinadora de la Red de Investigación Interdisciplinaria sobre Identidades, Racismo y Xenofobia en América Latina (Integra). ¿Por qué persiste entonces este rechazo en forma velada o abierta a ciertos grupos humanos? Gall responde que pese a la condena social y las evidencias científicas, tal práctica se mantiene porque es una construcción cultural. Por esa razón, la red que coordina, con sede en el CEIICH de la UNAM, busca entender y combatir el racismo y la discriminación desde la perspectiva de diversas ciencias; en ella participan biólogos, antropólogos, sociólogos e historiadores, entre otros expertos. Su meta es evidenciar y combatir dichas manifestaciones de rechazo e incidir en las políticas públicas a través de la generación de conocimiento y el trabajo conjunto con organizaciones sociales públicas y privadas.
Víctor Acuña coincide en que la persistencia del racismo se explica porque constituye un referente cultural para entender las diferencias humanas, que ha sido transmitido muchas veces en forma de estereotipos y a través de los sistemas educativos formales y los medios de comunicación. “Es muy frecuente que se diga que en México no hay racismo, pero sí discriminación, es decir que somos un pueblo clasista. Pero el aspecto físico (fenotipo) está muy correlacionado con la clase social. Racismo y clasismo van de la mano”, opina Vera Cortés.
En México, la discriminación socioeconómica y racial atraviesa diversos grupos étnicos, tanto mestizos como indígenas y de ascendencia africana, observa la investigadora Beatriz Urías Horcasitas, del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, quien considera que las raíces de este fenómeno son históricas. Durante los siglos XIX y XX florecieron en México diversas teorías y corrientes sociológicas, psiquiátricas y antropológicas que buscaban legitimar desde una perspectiva científica la depuración racial de ciertos grupos considerados “inferiores”, que la investigadora ha documentado en dos libros. Asimismo, fenómenos políticos como el ascenso de una corriente ideológica de derecha durante la primera mitad del siglo XX en México promovieron una idea de “blanquitud” inspirada en el modelo racial “hispanista”. Esta idea no estaba arraigada en la ciencia, sino en el pensamiento político franquista, comenta la especialista en historia y civilizaciones.
Fernando Vizcaíno considera que después de los atentados terroristas en las Torres Gemelas en 2001, el contexto internacional cambió y muchas naciones retomaron formas de control y vigilancia que favorecieron el resurgimiento de expresiones racistas que se creían superadas. “El racismo y la discriminación nunca van a desaparecer; pero tenemos que aprender a que no se conviertan en la esencia de nuestras sociedades. Para lograrlo hay varias opciones, como la educación que promueva el reconocimiento de la diversidad, la participación social, el acceso a la información y la comunicación y entendimiento entre las personas”, señala el investigador. En ese sentido, el papel de las instituciones sociales como iglesias, escuelas, organismos no gubernamentales y asociaciones vecinales resulta fundamental.
Para Vizcaíno los prejuicios comienzan a diluirse cuando las personas hacen a un lado sus barreras y diferencias de todo tipo, y comienzan a practicar el diálogo y la comunicación. ¿Qué tal si empezamos hoy mismo?
Homogeneidad genética
Los resultados del Proyecto del Genoma Humano, culminado en 2003, mostraron que los Homo sapiens compartimos 99.9 % de los genes, es decir, sólo nos diferencia un pequeño segmento de 0.1 % de información genética.
Estas variaciones genéticas, que han surgido durante los últimos 100 000 años como resultado de la adaptación de nuestra especie a distintos climas y regímenes alimenticios tras la salida de su cuna africana, se manifiestan en aspectos como la estatura, la resistencia a ciertas enfermedades, la intolerancia a la lactosa o los niveles de hemoglobina, una proteína encargada de transportar oxígeno en la sangre.
Por ejemplo, investigaciones realizadas por el genetista italiano Luigi Cavalli-Sforza para trazar nuestro árbol genealógico a partir de muestras de ADN mitocondrial (que sólo se transmite por linaje materno), han encontrado que el 85 % de la variabilidad humana está concentrada dentro de los mismos grupos de población mientras que sólo 6 % existe en los grupos de un mismo continente y 9 % entre los habitantes de diferentes continentes.
Más información
- Carrillo, César, El racismo en México, una visión sintética, Col. Tercer Milenio, Conaculta, Cd. de México, 2009.
- Castellanos Guerrero, Alicia y Landázuri Benítez, Gisela, Racismo y otras formas de intolerancia de Norte a Sur en América Latina, Juan Pablos Editor, Cd. de México, 2012.
- Urías Horcasitas, Beatriz, Historias secretas del racismo en México (1920- 1950), Tusquets, Cd. de México, 2007.
Guillermo Cárdenas Guzmán es periodista especializado en temas de ciencia, tecnología y salud. Ha laborado en diversos medios de comunicación electrónicos e impresos, como los diarios Reforma y El Universal. Actualmente es reportero y editor de contenidos de ¿Cómo ves