El estrés
Omar Torreblanca
Ilustración: Luis Larco Soto
A pesar de su connotación negativa, el estrés es un proceso fundamental en la interacción que mantenemos con nuestro entorno; un complejo proceso que involucra aspectos biológicos, psicológicos y socioculturales.
Es el año1520 en la antigua Tenochtitlan, españoles y mexicas libran una dura batalla que está siendo ganada contundentemente por estos últimos. En la retirada de las tropas españolas sucede un hecho sorprendente: cuenta la leyenda que ante el implacable acoso de los mexicas, el capitán Pedro de Alvarado realizó un salto prodigioso sobre un puente para salvar su vida. El cronista Bernal Díaz del Castillo1 —quien admite no haber presenciado la acción, pues en esos momentos "ningún soldado se paraba a verlo [a Alvarado] si saltaba poco o mucho, porque harto teníamos que salvar nuestras vidas porque estábamos en gran peligro de muerte, según la multitud de mexicanos que sobre nosotros cargaban"— refiere que la huida fue a través de calzadas y puentes "llenos de guerreros" y que fue en uno de esos puentes donde Alvarado, usando su lanza como apoyo (como un saltador con garrocha, diríamos ahora) realizó el famoso salto. Los testigos del acto no daban crédito a lo que veían, pues parecía tratarse de una acción sobrehumana. Tan singular fue este acontecimiento que desde aquella época ese lugar comenzó a ser llamado el Salto de Alvarado, y aún en nuestros días conocemos ese punto de la Ciudad de México como el Puente de Alvarado.
Los historiadores actuales consideran que ese relato es simplemente un mito, e incluso para el propio Díaz del Castillo se trata de una "burla" ya que para "saltar y sustentarse en la lanza, estaba el agua muy honda y no podía llegar al suelo con ella", agrega además que el puente estaba "a muy gran altura". Sin entrar en ninguna clase de polémica histórica, podemos decir, no obstante, que el salto de Alvarado, desde la perspectiva que analizaremos a continuación, bien pudo haber sucedido.
Casi todos podemos referir alguna experiencia personal en la que ante algún grave peligro hemos tenido una impresionante reacción corporal, como saltar fácilmente sobre una barda muy alta, o cruzar una cerca llena de púas con mucha rapidez y sin sentir dolor por los rasguños. ¿Qué sucede con nuestro organismo y con nuestra mente bajo este tipo de circunstancias? La respuesta se ha encontrado estudiando un complejo proceso que involucra aspectos biológicos, psicológicos y socioculturales: el estrés.
Sobreactivación biológica
Desde un punto de vista biológico el estrés es considerado como un estado general de sobreactivación en varios niveles: autonómico, endocrino e inmunitario. Es decir, es un proceso en el que participan las vías neurales del sistema nervioso autónomo, las vías humorales bioquímicas del sistema endocrino y las vías vasculares sanguíneas del sistema inmunológico. Sin embargo, no se puede establecer una separación tajante entre los tres tipos de activación, puesto que están estrechamente entrelazados, al grado de que gran parte del proceso de estrés puede ser caracterizado como neuroendocrino, esto es, donde el sistema nervioso y la respuesta hormonal desempeñan un papel central.
En la sobreactivación biológica hay que destacar los impulsos vegetativos que se transmiten a través de dos sistemas complementarios: el simpático (encargado de movilizar las reservas de energía en los estados de emergencia) y el parasimpático (que tiende a conservar y almacenar dichas reservas).
La sobreactivación biológica que se produce durante el estrés predispone al organismo al consumo de energía, necesario para enfrentar un peligro inminente. Es en este momento cuando las hormonas desempeñan su crucial papel; la adrenalina, por ejemplo, aumenta el ritmo cardiaco y el respiratorio, preparando al cuerpo para la acción, mientras que la hidrocortisona lo ayuda a movilizar sus reservas energéticas. Ésta es la clase de respuestas que permiten al cuerpo realizar acciones que sorprenden por su magnitud, eficacia y oportunidad en situaciones de emergencia.
Cada respuesta contribuye con una función específica. El aumento en los latidos cardíacos permite irrigar más sangre al cerebro y los músculos, para pensar y moverse más rápido; la contracción de los vasos sanguíneos disminuye el tiempo de coagulación, para cerrar más rápido las posibles heridas; la respiración rápida y profunda proporciona más oxígeno; la no secreción de saliva y mucosidades aumenta el tamaño de los conductos de aire a los pulmones; el incremento de la transpiración hace que el cuerpo se enfríe más rápidamente; la dilatación de las pupilas vuelve a los ojos más sensibles, y el rompimiento de grasa y glicógeno permite su utilización inmediata como "combustible". A esto habría que agregar que el hígado libera azúcar para que la consuman los músculos, los cuales se ponen rígidos preparándose para movimientos rápidos y vigorosos y que, por otra parte, se producen más glóbulos blancos para ayudar a combatir alguna infección.
El consumo extra de energía que experimenta el cuerpo produce un desgaste fisiológico que hace necesaria la intervención del sistema parasimpático para restaurar y almacenar las reservas de energía; un ejemplo de ello es el proceso de digestión, el cual se detiene durante la acción del sistema simpático con el fin de que la sangre que normalmente irriga el estómago se reparta por los músculos. Por tal motivo muchos especialistas han llamado la atención sobre los riesgos de los agentes estresores prolongados o repetitivos, pues no permiten al organismo reponerse y lo mantienen en un estado constante de sobreactivación. Entre estos especialistas podemos mencionar al austriaco-canadiense Hans Selye, considerado el padre del estrés, ya que fue el creador de este término y desde la década de 1930 describió las fases por las que atraviesa el organismo cuando se enfrenta a situaciones en las que la presencia del agente agresor dura mucho tiempo o es muy frecuente: 1. Alarma, el organismo se prepara para hacer frente a la agresión; hay descarga de adrenalina y otras hormonas; 2. Resistencia, se hace frente a la agresión mediante modificaciones del organismo en la sangre, el plasma, el miocardio, la mucosa gástrica y la corteza suprarrenal, lográndose la adaptación, y 3. Agotamiento, se pierde la capacidad inicial para mantener la adaptación, dando lugar a la vulnerabilidad del organismo, principalmente a las enfermedades.
Desde la psicología
Las investigaciones de la psicología han puesto de relieve que las respuestas de los individuos ante las situaciones estresantes van mucho más allá que la simple sobreactivación biológica del organismo, y que son muy variados los mecanismos que se emplean para tratar de manejar el estrés. Esta particularidad humana se aprecia en el hecho de que, por ejemplo, una misma situación laboral puede generar una serie de reacciones distintas en personas que comparten características similares (misma jerarquía, antigüedad y edad), dando por resultado que para algunos el ambiente laboral sea insoportable, mientras que otros lo encuentren normal e, incluso, algunos lo consideren agradable. En este ejemplo resulta evidente que las divergencias en las respuestas se deben a múltiples factores, sin embargo, es difícil negar la importancia que los factores psicológicos desempeñan en este proceso: los potenciales estresores laborales no son percibidos de la misma manera por todos los empleados y, por consiguiente, algunos responden, biológicamente hablando, con una sobreactivación de su organismo, pero otros ni siquiera llegan a iniciar una posible respuesta de estrés, pues no perciben la situación como amenazante.
En relación con las consecuencias negativas que acarrea al organismo la sobreactivación biológica, la psicología se abocó a estudiar los acontecimientos vitales estresantes, es decir, aquellos que generalmente se aceptan como agentes de cambios significativos en la vida de una persona e implican algún grado de adaptación a las nuevas circunstancias para poder salir adelante. Este modelo del estrés fue desarrollado en Seattle por los psiquiatras estadounidenses Thomas Holmes y Richard Rahe, quienes lo consolidaron en 1967 a través de una escala que permite evaluar la correlación entre dichos acontecimientos y la aparición de síntomas y enfermedades. Los acontecimientos vitales estresantes estudiados por estos autores son los que afectan principalmente a la población adulta, y entre ellos se encuentran: la muerte del cónyuge, el divorcio, el encarcelamiento o confinamiento, la muerte de un familiar cercano, el despido laboral, la jubilación y las pérdidas financieras. Pero el estrés, desde esta perspectiva, no sólo se genera por situaciones negativas o dolorosas, también lo producen muchas que se consideran positivas, como la reconciliación marital, el embarazo, el matrimonio o el logro personal sobresaliente, si bien en este caso la asociación con la aparición de enfermedades es menor.
Aunque la escala de Holmes y Rahe no está dirigida a niños y adolescentes, es pertinente señalar que, en el caso de los niños, las fuentes de estrés dependen de su grado de desarrollo, ya que para los muy pequeños, por ejemplo, el nacimiento de un hermano es altamente estresante, mientras que para niños un poco mayores la escuela representa el principal agente estresor.
El modelo de los acontecimientos vitales estresantes no ha estado exento de controversias y críticas, pues como señalan, entre otros, los psiquiatras españoles Manuel Valdés y Tomás de Flores, su metodología es débil, las unidades de cambio vital tienen bajo nivel predictivo, no todos los acontecimientos son realmente estresores y, además, su ocurrencia es poco frecuente en la vida de una persona en comparación con las múltiples dificultades diarias. Es decir, a pesar de que un solo acontecimiento agudo puede ser muy intenso, los estresores cotidianos o crónicos pueden llegar a ser, por su carácter repetitivo, esencialmente más dañinos, pues no hay que olvidar que en el plano fisiológico la respuesta de estrés consiste en una sobreactivación que, si es muy frecuente o constante, perjudica al organismo.
Las contrariedades
En vista de lo anterior surgió otro modelo, el de los microestresores o estresores cotidianos, desarrollado, entre otros autores, por el psicólogo estadounidense Richard S. Lazarus, quien en 1984 se refirió a ellos como "contrariedades". En este modelo se considera al estrés como una transacción entre la persona y su ambiente, por lo que pone énfasis en las situaciones cotidianas que van generando, día a día, un estrés crónico: las filas en el supermercado, la espera de un transporte público, la falta de estacionamiento, y otros similares.
El modelo psicológico del estrés más preciso y completo se debe también a los trabajos de Lazarus, realizados en la Universidad de California, en Berkeley. Sus contribuciones han permitido establecer que se trata de un proceso que involucra, entre otros factores, las características personales del individuo y la forma en que éste evalúa las posibles amenazas o estresores, así como los recursos personales de que dispone para hacerles frente. Es decir, el estudio del estrés se ha centrado ahora en esclarecer la relación entre el estresor y la apreciación o interpretación que el individuo realiza de él, así como los procesos psicológicos que emplea para hacerles frente de la manera más adecuada. Dicho de otra manera, la percepción e interpretación que el sujeto hace de la situación es primordial para evaluarla como estresante o no, lo cual influye sobre la ocurrencia o no de las reacciones biológicas descritas anteriormente. Se trata, de un enfoque psicosocial: nada es estresante a menos que el individuo lo defina como tal. Por supuesto que se toman en cuenta los aspectos objetivamente peligrosos, pero los pensamientos y recuerdos estimulados por esa situación (la historia previa del sujeto en circunstancias similares y su capacidad para hacerle frente) pueden tener un impacto aún mayor que los aspectos objetivos. Es el caso de las personas que se lanzan en paracaídas o que practican el bunjee (arrojarse al vacío desde una gran altura pero sujetos con una cuerda elástica) y, en general, de quienes se enfrentan a situaciones manifiestamente riesgosas pero confiando en su experiencia para superarlas.
Bajo este enfoque se considera que el sujeto evalúa constantemente su ambiente en términos de bienestar personal. Esto se realiza en dos niveles: la evaluación primaria, que consiste en determinar si un hecho es amenazador o placentero, lo cual va a depender de cada persona (un ejemplo de ello son las distintas reacciones de diferentes personas ante la posibilidad de subirse a un juego mecánico), y la evaluación secundaria, que se lleva a cabo una vez que se ha identificado una amenaza y el individuo examina los recursos y opciones que tiene para responder a ella. Aquí se habla ya de una estrategia de afrontamiento para manejar la sobreactivación. En otras palabras, en la evaluación primaria la persona valora los eventos estresantes, mientras que en la secundaria evalúa sus propios recursos de afrontamiento y sus opciones.
Las estrategias
El afrontamiento es la respuesta al estrés, e incluye los esfuerzos cognoscitivos y conductuales que se ejecutan para dominar, tolerar o reducir sus aspectos negativos, es decir, aquellos que las personas experimentan como desagradables, o amenazantes. Estos esfuerzos, no siempre conscientes, varían a través de diferentes situaciones o a lo largo del tiempo dentro de una situación para poder manejar las demandas específicas externas y/o internas que son apreciadas como excesivas o abrumadoras para los recursos de la persona. En suma, el afrontamiento consiste en los intentos del individuo por resistir y vencer a los estresores. Sin embargo, el afrontamiento no está limitado a los esfuerzos exitosos, pues incluye todos los intentos por manejar el estrés sin considerar su efectividad.
Las estrategias de afrontamiento pueden ser de dos tipos. Por una parte, el afrontamiento dirigido al problema busca proceder a la acción para modificar el contexto objetivo; es decir, son respuestas que intentan manipular o alterar directamente la situación que genera estrés. Por ejemplo, ante una dificultad en el entorno familiar, o en cualquier otro ámbito, algunas personas recurren a una estrategia que consiste, primero, en buscar información acerca del problema para posteriormente trazar un plan de acción, el cual llevan a la práctica como una forma de solución.
Se utiliza el afrontamiento dirigido a la emoción cuando no ha sido posible recurrir al afrontamiento directo porque la situación estresante no puede ser modificada por el individuo y tiene que aceptarla; entonces las respuestas se orientan al manejo o reducción de los sentimientos de malestar resultantes. Es decir, en esta estrategia de afrontamiento lo que se modifica es la forma de sentir la experiencia, pero sin cambiarla objetivamente. Ejemplos típicos de este tipo de afrontamiento son: "intento olvidar el asunto por completo" y "busco el lado bueno de las cosas", entre muchos otros.
¿Normal y necesario?
La revisión que hemos hecho hasta este punto nos permite apreciar que la aportación de Lazarus ha facilitado distinguir entre el estrés como proceso y los estados patológicos asociados con la cronicidad de dicho proceso. Este investigador caracteriza el estrés como un proceso normal y necesario para la interacción del individuo con su medio. En este sentido se puede establecer la siguiente definición: el estrés es un proceso que necesariamente implica el reconocimiento de una amenaza o peligro proveniente del medio externo, o incluso de fuentes internas, y que demanda una respuesta a través del afrontamiento (reacciones físicas, emocionales y cognoscitivas), el cual está encaminado generalmente hacia la reducción completa de dicha amenaza o peligro.
Las estrategias de afrontamiento, a pesar de ser métodos que caracterizan las reacciones individuales ante el estrés, se emplean de acuerdo con ciertos valores, creencias y metas. Con lo cual estamos hablando ya de los atributos sociales y culturales del estrés.
El hecho de que un proceso como el estrés tenga importantes componentes biológicos y psicológicos no quiere decir que ocurra en un vacío sociocultural. La aportación de la psicología social al estrés permite comprenderlo como un producto de la interacción de los individuos con su ambiente social: los seres humanos aprendemos de congéneres, pensamos en congéneres y actuamos con congéneres, los cuales a su vez actúan sobre nosotros.
Las investigaciones en torno al estrés desde una perspectiva social han puesto de manifiesto, entre otras cosas, que el afrontamiento implica no sólo aspectos individuales sino también sociales. Existe una abrumadora evidencia acerca de que la red de apoyo social con que cuenta un individuo es sumamente importante para manejar el estrés. Este apoyo se manifiesta en los beneficios que se obtienen de las relaciones interpersonales: el apoyo emocional (auxiliando al individuo en el dominio emocional de su malestar), la ayuda instrumental (manejando responsabilidades compartidas, proporcionándole consejos, enseñándole habilidades y dándole ayuda material) y la autoestima que proporcionan los miembros de un grupo, con la cual el individuo adquiere un sentido de "pertenencia", pero también se siente valorado, amado y estimado como integrante del grupo.
Factores ambientales
La comprensión de un fenómeno multicausal como el estrés no puede prescindir del nivel de análisis sociocultural, sobre todo por el grado de complejidad que han alcanzado las sociedades actuales, con constantes avances en la ciencia y en sus derivados tecnológicos. Por ello se han intentado aplicar sofisticados modelos que ayuden a explicar cómo los cambios sociales y las presiones culturales propician la aparición de nuevos comportamientos. Se habla de un "estrés aculturativo", el cual sería el resultado de la modificación de conductas tradicionales por la influencia de dichas presiones socioculturales. Es el caso de los grupos sociales que se han visto arrollados por los cambios sociales y culturales, como sucede con la población indígena.
A raíz de que la revolución tecnológica ha creado un nuevo modelo de sociedad hiperindustrializada, un escenario ha cobrado una relevancia mayúscula para el estudio de la compleja relación entre seres humanos y ambiente: la ciudad actual, que se ha convertido en el símbolo del alto grado de desarrollo de nuestras comunidades. Es tal su importancia, que una disciplina como la psicología ambiental, dedicada a vincular los procesos de comportamiento con las características del entorno en donde éste se presenta, ha tenido que acuñar el término "estrés urbano".
Desde la perspectiva ambiental los especialistas se han interesado sobre todo en averiguar las causas, o más específicamente, el tipo de estimulación que produce estrés urbano en los habitantes de las ciudades. Al conjunto de estos estímulos se le ha llamado estresores ambientales: aquellos que afectan a la mayoría de la población y son permanentes a lo largo del tiempo; son crónicos, nocivos y perceptibles objetivamente; no se les considera urgentes, son inafectables por el esfuerzo individual y, en algunos casos, se les considera ya como situaciones normales. Al respecto, Lazarus ha señalado que en la vida no todas las fuentes de estrés son susceptibles de ser dominadas (desastres naturales, pérdidas inevitables, vejez, enfermedad, conflictos humanos).
En el contexto ambiental las estrategias de afrontamiento se ven seriamente limitadas en sus alcances y posibilidades, puesto que los estresores ambientales continúan presentes y siguen incidiendo sobre el organismo. La lista de estos estresores es muy larga; entre los más estudiados destacan los siguientes: los desastres naturales, los contaminantes del aire, la proliferación de zonas industriales junto a asentamientos residenciales, el ruido, el hacinamiento, la basura, los ambientes insalubres, el déficit de vivienda o inadecuada planeación y diseño de áreas habitacionales, los problemas de transporte, el excesivo número de vehículos, la sobrepoblación y crecimiento anárquico de la ciudad, la falta de áreas verdes, la complejidad visual en el entorno urbano, los cambios en las corrientes de aire (por la construcción de edificios altos y la apertura de avenidas), la elevación de la temperatura, la degradación de los suelos, la eliminación de áreas de recarga acuífera y, finalmente, pero no por ello menos importante, la eliminación de especies animales y vegetales.
En general, los diversos estresores ambientales son generadores de malestar para los individuos, quienes tienen que pagar un alto costo físico y psicológico al verse expuestos a ellos, ya que no disponen de muchas defensas para enfrentarlos. Las investigaciones señalan que no hay habituación a la contaminación atmosférica, ni al hacinamiento, ni al ruido; es decir, no hay capacidad del organismo para bloquear respuestas de sobreactivación ante este tipo de estimulación repetida.
Estrés y vida
Hemos visto que el estrés es un proceso que comprende diversas dimensiones, por lo cual su estudio tiene que ser necesariamente integral e interdisciplinario. Se puede decir que, a pesar de ser un proceso único en su esencia, es múltiple en sus manifestaciones. Es por ello que ha sido un campo propicio para la colaboración de la biomedicina, por un lado, y de las aproximaciones cognitivo-conductuales de la psicología, por el otro.
Podemos finalizar señalando que, no obstante la connotación negativa que se le atribuye al estrés, se trata, en realidad, de un proceso fundamental en la interacción que mantenemos con nuestro entorno. Por tal motivo, no dudamos en suscribir la afirmación del investigador francés Henri Laborit, quien ha dicho que "el estrés es vida".
Omar Torreblanca Navarro es egresado de la maestría en psicología clínica en la UNAM. Es autor de un libro sobre cine y psicología. Actualmente es jefe del Departamento de Medios Audiovisuales de la Facultad de Psicología de la UNAM.