Un laboratorio de otro mundo
Antígona Segura Peralta
Foto: Rafael Navarro
Unas esferas de vidrio que parecen vacías contienen gases que simulan las atmósferas de otros mundos. El polvo y la tierra se guardan en cajas de vidrio como si fueran tesoros. Gases venenosos son encerrados en cilindros transparentes y sometidos a descargas eléctricas y rayos láser. Los que trabajan aquí pueden ser lo mismo médicos que químicos, físicos, biólogos o astrónomos. Su meta: encontrar vida en otros mundos. Estás en el Laboratorio de Química de Plasmas y Estudios Planetarios del Instituto de Ciencias Nucleares de la UNAM.
A finales de los años 70, Rafael Navarro, joven estudiante de biología, conoció a uno de los más célebres investigadores en el área del origen de la vida, Cyril Ponamperuma.
Al final de una conferencia magistral que impartió en la UNAM, el investigador se abrió paso entre la multitud que se arremolinaba a su alrededor para hacerle preguntas y se aproximó a un estudiante para preguntarle dónde estaba el baño. Así comenzó la conversación entre Navarro y Ponamperuma. Para sorpresa del estudiante, el célebre investigador resultó ser una persona sencilla y accesible. Por su parte, Ponamperuma quedó encantado con la curiosidad y entusiasmo de aquel joven, tanto así que lo invitó a estudiar en su laboratorio de la Universidad de Maryland, Estados Unidos.
Rafael estaba en los primeros semestres de la carrera de biología. Ponamperuma le recomendó que empezara a trabajar con Alicia Negrón, del Centro de Ciencias Nucleares de la UNAM (hoy Instituto de Ciencias Nucleares). Rafael siguió sus consejos y al terminar la licenciatura, se volvió a poner en contacto con el investigador, el cual le ratificó la invitación. Así, Rafael Navarro estudió el doctorado en química en la Universidad de Maryland. Con doctorado en mano, regresó a México y se instaló en el Instituto de Ciencias Nucleares. Al poco tiempo Ponamperuma lo llamó para invitarlo a participar en la creación de un laboratorio de la NASA especializado en exobiología (el estudio de la posibilidad de vida en otros mundos). Rafael regresó a Estados Unidos. Los dos colaboradores consiguieron el apoyo de varios premios Nobel a fin de obtener financiamiento, pero no bastó. El dinero se otorgó a otro grupo, encabezado por Stanley Miller, quien en los años 50 fue el primero en reproducir en un laboratorio lo que se creía que eran las condiciones de la Tierra primitiva en las que surgió la vida.
Con todo, los colaboradores consiguieron apoyo de la NASA para un proyecto de investigación. Al mismo tiempo en México, el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) lanzó una convocatoria para repatriar investigadores y ayudarlos a montar instalaciones como las que usaban en el extranjero… sólo había que conseguir el 50% del dinero necesario. Rafael regresó entonces a México y el Instituto de Ciencias Nucleares lo recibió con dinero y espacio para su laboratorio. El Laboratorio de Química de Plasmas y Estudios Planetarios comenzó a funcionar en 1996.
La luna naranja
Montañas y valles helados bajo un cielo naranja que no deja ver ninguna estrella, sólo la silueta de Saturno. El agua aquí es tan dura como las rocas y los lagos están hechos de metano. Estamos en Titán, el satélite más grande del planeta Saturno.
Desde que fue fotografiado por las sondas Voyager a principios de los años 80, Titán no ha dejado de sorprendernos. Su mayor misterio es el metano de su atmósfera, compuesta principalmente de nitrógeno. La luz del Sol rompe las moléculas de metano (CH4), iniciando una cadena de reacciones que generan hidrocarburos. Éstos se acumulan en la atmósfera y forman una niebla anaranjada. Pero si la radiación destruye el metano, ¿por qué sigue habiendo metano en Titán? Alguna fuente en la superficie del satélite lo estaba restituyendo. Esto fue sólo hipotético hasta que, a principios de este año, la sonda Cassini detectó lagos en la superficie de Titán. No son lagos de agua como los de la Tierra. En Titán la temperatura superficial es de unos 180°C bajo cero y la presión atmosférica es 60% mayor que en la superficie terrestre. En estas condiciones el agua es sólida y el metano es líquido.
Otro misterio era la concentración de compuestos orgánicos en la atmósfera de Titán. La teoría indicaba que debía haber menos de los que se observaban. A fines de los años 90, Rafael Navarro y su estudiante de posgrado Sandra Ramírez iniciaron el proyecto de reproducir en el laboratorio las posibles fuentes de energía que generan hidrocarburos en la atmósfera de Titán. Aunque otros habían realizado investigaciones similares, nadie había calculado exactamente qué cantidad de hidrocarburos producía cada fuente de energía. Sandra Ramírez y Rafael Navarro, además de hacer estos cálculos, propusieron una nueva fuente de energía: un tipo especial de descarga eléctrica atmosférica, llamada descarga corona. A la sazón no se había detectado actividad eléctrica en Titán.
Los investigadores reprodujeron la atmósfera del satélite en el laboratorio y guardaron varias muestras en matraces de vidrio. Luego sometieron las muestras a distintas radiaciones. Al final de casi todos los experimentos, el matraz quedaba cubierto de una fina capa de polvo amarillo muy semejante a la niebla naranja de Titán. Los gases irradiados contenían casi todos los compuestos detectados por la nave Voyager en la atmósfera del satélite, pero las concentraciones sólo se podían explicar si además de las fuentes de energía conocidas, se añadían las descargas corona. La hipótesis de Ramírez y Navarro se comprobó este año, cuando la nave Cassini detectó actividad eléctrica en la atmósfera de Titán.
Lo que se esconde bajo la superficie
El hielo que cubre por completo este mundo se quiebra y forma cordilleras. Estamos en la superficie de Europa, uno de los muchos satélites de Júpiter. Bajo el hielo, a muchos kilómetros, se encuentra el único océano de agua que no está en la Tierra… al menos eso indica la evidencia indirecta. Si en Europa hay agua líquida, ¿podría haber vida?
El agua no basta para que surja la vida. También hacen falta materias primas y fuentes de energía. Lo que nos indican los datos sobre Europa y lo que sabemos sobre la formación de los satélites de Júpiter es que este satélite debe contener los materiales necesarios para la vida; es decir, oxígeno, nitrógeno, azufre y por supuesto, carbono. Las fuentes de energía son diversas. En primer lugar la luz del Sol, en particular la radiación ultravioleta que puede partir moléculas para que formen nuevos compuestos. Otra fuente de energía son los compuestos radiactivos que contienen todos los cuerpos sólidos del Sistema Solar. Y allá en el fondo del océano de Europa los científicos esperamos que haya una fuente de energía más: el calor del interior del satélite.
Volvamos por un momento a la Tierra. En el fondo del mar, donde no llega la luz del Sol, la temperatura es de unos 2°C y la presión es cientos de veces mayor que en la superficie. Pese a lo inhóspito de este entorno, allí se encuentran lugares que rebosan de vida. Se llaman ventilas hidrotermales y su energía no proviene del Sol, sino del interior de nuestro planeta. Allí, entre el agua helada del océano y el agua hirviente que sale del lecho marino, abundan cangrejos, pulpos, gusanos, peces transparentes y microorganismos. La base del ecosistema son unas bacterias capaces de extraer energía de los compuestos químicos que manan de las chimeneas submarinas. Estas bacterias viven en simbiosis con muchas de las especies que proliferan allí, ayudándoles a atrapar nutrientes y procesarlos, como las bacterias que viven en nuestro sistema digestivo y sin las cuales no podríamos digerir gran parte de los alimentos que consumimos.
De regreso en Europa, nos preguntamos si bajo este océano existirán ambientes parecidos a los del fondo marino terrestre. Los cálculos indican que la gravedad de Júpiter estruja periódicamente a Europa, calentando su interior, por lo que es probable que haya energía suficiente para alimentar ecosistemas suboceánicos. Lilia Montoya, estudiante de biología, y Rafael Navarro estudiaron qué microorganismos podrían sobrevivir en los hipotéticos ambientes hidrotermales de Europa. Concluyeron que las bacterias metanogénicas serían ideales. Estos microorganismos se llaman así porque emiten metano como gas de desecho. Las bacterias metanogénicas respiran dióxido de carbono y se han encontrado en las ventilas hidrotermales terrestres. Según los cálculos de estos investigadores, Europa podría mantener billones de billones de organismos metanógenos al año. Ahora sólo falta mandar una sonda, perforar unos 100 kilómetros de hielo, sumergirse en un oscuro océano otros tantos kilómetros y descubrir lo que se esconde bajo la superficie.
El señor de la guerra
Para los romanos era una estrella roja como la sangre. Le pusieron Marte, como al dios de la guerra. Miles de años después, las primeras naves que se posaron sobre el planeta rojo nos mostraron un paisaje desértico y rocoso. Las radiaciones del Sol y del espacio llegan directamente a la superficie y detruyen cualquier molécula compleja que no sea mineral. La tenue atmósfera de dióxido de carbono no puede ni detener la radiación ni almacenar calor para el planeta. Así, las temperaturas en la superficie rondan los 60°C bajo cero.
Marte es un mundo donde la vida parece imposible. Pero todos hemos oído sobre la vida en Marte: la literatura de ficción, el famoso cha-cha-chá y los mismos científicos han hablado de esta posibilidad.
Sabemos que Marte tiene un pasado interesante. Hace 4 000 millones de años, recién formados los planetas, Marte era templado y húmedo. El agua corría en forma de ríos y abundaban los volcanes. Una atmósfera más densa que la actual guardaba el calor. El pasado de este planeta ha dejado huellas en su superficie, donde hoy podemos ver volcanes apagados, cañones excavados por el agua y lechos de antiguos ríos.
Nuestro planeta tuvo un pasado muy similar. Su atmósfera era también de dióxido de carbono y nitrógeno, la superficie estaba cubierta de agua líquida y volcanes… y en estas condiciones surgió la vida en la Tierra. Si Marte fue tan parecido, ¿podría haber surgido la vida ahí también? Si es así, esperaríamos que hubiera evidencia de vida extinta o aún presente en Marte. El primer y único experimento que se ha diseñado para detectar vida en el planeta rojo es el que llevaban las dos sondas Viking que aterrizaron en Marte en 1976. Los resultados fueron negativos: no se encontró vida en Marte… al menos en la superficie de la zona donde se posaron las naves.
Si hubo vida en Marte, o aún la hay, esperaríamos que queden rastros. Éstos no serían monumentos con forma de rostros humanos, sino simplemente microorganismos. Para encontrar vida presente o pasada en Marte, hay que buscar indicios de vida microscópica; por ejemplo, material orgánico. Debido a las altas dosis de radiación que llegan a la superficie marciana, las moléculas orgánicas se partirían en sus componentes básicos, así que hay que buscar en el subsuelo, donde la materia orgánica está protegida de esta radiación.
Las naves Viking llevaban el instrumento más avanzado de la época para detectar materia orgánica en Marte, pero no encontraron nada. Había que mandar instrumentos más sensibles. Entonces se descubrió algo que podría cambiar por completo nuestra interpretación de los resultados de la misión Viking. El hallazgo lo llevó a cabo un grupo encabezado por Rafael Navarro e integrado por tres de sus estudiantes: José de la Rosa, Enrique Íñiguez y Paola Molina; además de Luis Miranda y Pedro Morales, de la UNAM, Ricardo Amilis, del Centro de Astrobiología de España, Patrice Coll y François Raulin, de la Universidad de París, y Christopher McKay, de la NASA. La lista es larga, pero resultan pocas personas si se considera todos los lugares que estudiaron y las conclusiones a las que llegaron. Los resultados de este grupo cambiaron la estrategia de la NASA para buscar vida en Marte.
Marte en la Tierra
Llegar a Marte lleva unos seis meses y cada nave cuesta cerca de 200 millones de dólares. No es mucho dinero si piensas que la misión Viking costó cerca de 1 000 millones en 1976. Mientras juntamos nuestros centavitos para ir a Marte, ¿qué tal si mejor nos quedamos en la Tierra y lo exploramos desde aquí? Resulta que hay lugares en la Tierra que se parecen geológicamente a Marte. Estos sitios nos ayudan a probar los instrumentos que se enviarán en futuras misiones al planeta rojo. También nos ayudan a reanalizar los resultados de misiones anteriores, como la misión Viking.
¿Por qué no detectaron estas naves material orgánico en la superficie de Marte? Puede ser que no haya compuestos orgánicos en el suelo marciano, o que estén en cantidades menores a las que podían detectar las sondas. O podría ser lo que propusieron Navarro y sus colegas.
En 2001 Rafael Navarro y Christopher McKay emprendieron una expedición por el mundo en busca de lugares similares al planeta rojo. El primero que encontraron fue el desierto de Atacama, que se extiende a lo largo del sur de Perú y el norte de Chile. La temperatura máxima es de unos 32°C y la mínima llega a 2°C bajo cero. A diferencia de otros desiertos, la región central del Atacama carece por completo de vida porque ahí nunca llueve. No hay humedad ni en el aire. El desierto de Atacama se parece a Marte también en la cantidad de óxidos que hay en el suelo. No son óxidos de hierro, como los del suelo marciano, sino de nitrógeno y azufre.
El grupo de Navarro analizó estos suelos, donde se sabía que hay cantidades mínimas de materia orgánica traída por el viento. Utilizando la misma técnica de los instrumentos de los Viking, obtuvieron resultados negativos. Estas naves no hubieran podido detectar materia orgánica en el desierto de Atacama.
El misterio de la materia orgánica perdida
Los siguientes estudios se hicieron en el Valle Seco de la Antártida y los desiertos de Libia, en el continente africano, y Mojave, en Estados Unidos. En todos los casos el resultado era similar. La técnica de los Viking fallaba en encontrar materia orgánica donde sí la había, o detectaba apenas un 10% de la cantidad real. En algunos casos se detectaban compuestos orgánicos cuando la muestra se calentaba a 750°C, 250°C por arriba de las temperaturas usadas por los instrumentos de los Viking. Pero la cantidad detectada estaba siempre por debajo de las cantidades reales.
Los casos extremos fueron los de las muestras provenientes de las minas del río Tinto, España, sitio estudiado por Ricardo Amilis y otros colaboradores. El agua que corre por este río parece vino porque contiene una gran cantidad de minerales ricos en azufre y hierro altamente oxidados. El agua es tan ácida, que durante mucho tiempo se creyó que no podía contener vida. Sin embargo, allí abundan los microorganismos. Se han identificado más de 1 000 tipos diferentes. Si hubiera agua líquida en Marte muy probablemente sería parecida a la del río Tinto. No es una especulación alocada. Sabemos que hay agua congelada en el subsuelo de Marte. A grandes profundidades el agua podría estar en estado líquido. Considerando esto, el grupo de Navarro se dispuso a analizar muestras provenientes de las minas del río Tinto. Las técnicas de las naves Viking detectaron sólo el 1% de la cantidad real de materia orgánica de las muestras.
Todos los suelos analizados compartían con la superficie marciana la alta cantidad de óxidos. El misterio de la falla de los Viking quedó claro: en el momento de calentar los suelos para analizarlos, los compuestos orgánicos se combinaban con los óxidos de hierro convirtiéndose en dióxido de carbono. Los resultados fueron publicados en 2006 en un polémico artículo que enfureció a Klaus Biemann, encargado de los experimentos de las naves Viking. Pese a que Biemann escribió un artículo para rebatir los resultados de Rafael y sus colegas, la NASA cambió su estrategia de búsqueda de materia orgánica en Marte: en adelante se incluirá un equipo de análisis extra que permita detectar compuestos orgánicos a pesar de los óxidos de hierro.
Cuando se publicaron estos resultados, la sonda Phoenix ya estaba construida y no se podía modificar. Esta sonda se posó en el polo norte marciano en mayo de este año para buscar agua y materia orgánica. A partir de sus estudios, Navarro predijo que el instrumento del Phoenix no sería capaz de detectar materia orgánica. Por ello Rafael fue invitado a presenciar la llegada de los primeros resultados de los análisis de suelo marciano hechos por la sonda Phoenix. En el Laboratorio de Química de Plasmas y Estudios Planetarios, José de la Rosa, Julio Valdivia, Enrique Íñiguez y Omar Aguilar continúan trabajando para determinar qué compuestos se generarían durante el análisis de muestras marcianas y cómo se podría inferir la presencia de material orgánico a partir de ellos.
Marte: el mundo del futuro
Llegaron al canal. Era largo, recto y fresco y reflejaba la noche.
—Siempre quise ver un marciano —dijo Michael.
—¿Dónde están, papá?— Me lo prometiste.
—Ahí están —dijo papá, levantando a Michael en hombros y señalando las aguas del canal.
Los marcianos estaban allí. Timothy se estremeció. Los marcianos estaban allí, en el canal, reflejados en el agua: Timothy, Michael y Robert y papá y mamá.
Ray Bradbury, Crónicas marcianas
De las muchas fantasías que hemos creado acerca de los posibles habitantes de Marte, quizá la más realista sea ésta de Ray Bradburry. Los humanos podemos hacer de Marte un mundo habitable y convertirnos así en los primeros marcianos.
Las primeras propuestas científicas para transformar Marte en un mundo habitable se publicaron en los años 90. Para terraformar Marte habría que empezar por subirle la temperatura. La idea es generar gases de invernadero en la atmósfera. Al calentarse el planeta, el dióxido de carbono que hoy se encuentra congelado en los polos se gasificaría y la atmósfera de Marte se haría más densa. Al cabo de un tiempo, comenzaría a correr agua por la superficie del planeta. Marte sería entonces un mundo habitable. No dejaría de ser un lugar inhóspito, pues se calcula que las temperaturas que podrían alcanzarse estarían alrededor de los 0°C y la presión atmosférica superficial sería más baja que la de la Tierra.
El siguiente paso sería llevar microorganismos capaces de sobrevivir en las condiciones del renovado planeta. Las especies elegidas serían las que viven en condiciones extremas aquí en la Tierra, que pueden respirar dióxido de carbono y extraer nutrientes de un suelo rico en óxidos de hierro. Los científicos dedicados a estudiar la terraformación de Marte ilustran el cambio gradual del planeta con las condiciones en una montaña. En la zona más alta de la montaña habría sólo hielo y nada de organismos, como en el Marte de hoy. Conforme uno baja, las temperaturas se van elevando y encontramos microorganismos. Un poco más abajo hay pastos y luego árboles. La idea es seguir este mismo proceso en el planeta rojo. Primero llevamos microorganismos, luego pastos, luego árboles y después animales. El salto de los árboles a los animales es el más difícil, pues los árboles respiran dióxido de carbono, mientras que los animales respiramos oxígeno. Generar este elemento en la atmósfera marciana sería uno de los aspectos más difíciles de la terraformación. Así que para este gran proyecto de ingeniería planetaria habrá que aprender de quienes viven en las montañas. Para Rafael Navarro y sus estudiantes, Paola Molina y Cruz Lozano, el mejor maestro es una especie de pino que habita el volcán Pico de Orizaba, ubicado en México, en el estado de Veracruz.
En las montañas más altas se observa algo peculiar: no hay árboles por arriba de los 4 000 metros sobre el nivel del mar, aproximadamente. Esta altitud es tan importante que tiene nombre: se le llama línea de árboles. El Pico de Orizaba tiene la línea de árboles más alta del mundo. La especie que ha logrado conquistar alturas de hasta 4 400 metros se llama Pinus hartwegii. El equipo de Navarro quiere entender qué impide que crezcan árboles a mayor altitud para deducir las condiciones mínimas que requieren los árboles para sobrevivir. Hecho esto, sabríamos cómo convertir este pino mexicano en el primer árbol marciano.
Paola, Cruz, Rafael y sus colaboradores, Ryan Callegan, Fred Rainey, Luis Cruz Kuri y Christopher McKay, realizan continuas expediciones al Pico de Orizaba para comprender por qué los árboles no crecen a altitudes mayores a los 4 400 metros. Utilizando estaciones meteorológicas, miden la precipitación, así como la temperatura a distintas horas del día. También analizan la composición química del suelo, su porosidad, su temperatura, su humedad y los organismos microscópicos que contiene. Uno de los aspectos más importantes es la concentración de nitrógeno. Este elemento fundamental para la vida se encuentra casi todo en forma de moléculas (N2), y aunque el 78% de nuestra atmósfera está compuesta de N2, es muy difícil integrarlo a la materia de los seres vivos. Esto es porque primero necesitamos romper la molécula de N2, y para eso se requieren energías tan grandes como las liberadas durante un relámpago. El proceso de convertir una molécula de N2 en una que contenga nitrógeno combinado con otros elementos se denomina fijación de nitrógeno. Afortunadamente, hay bacterias que contienen una molécula especializada en este proceso y son justamente estos microorganismos los que hacen fértiles los suelos de siembra.
Al principio Rafael estaba seguro de que la clave de la línea de árboles era la fijación de nitrógeno. Sin embargo, la investigación mostró que la cosa era más complicada. Se han encontrado nueve limitantes para el crecimiento de los árboles a alturas mayores que 4 100 metros, que van desde aspectos físicos como la temperatura y la cantidad de agua capaz de penetrar el suelo, hasta la actividad biológica.
Mientras Rafael, Paola y Cruz desentrañan los misterios del Pinus hartwegii, quedan muchos obstáculos por superar antes de habitar Marte. Primero habrá que mandar naves tripuladas y determinar si hay vida ahí. Si el planeta rojo resulta un mundo estéril y la humanidad posee los recursos energéticos suficientes, podremos comenzar nuestro gran proyecto de ingeniería planetaria. Entonces los humanos seremos los primeros marcianos.
Con los pies en la Tierra
Rafael Navarro tiene los pies bien puestos en la Tierra. Casi todas sus investigaciones buscan entender mejor este planeta y los seres que lo habitan, y en especial lo que llamamos la Tierra primitiva. Hace unos 4 000 millones de años no había vida en nuestro planeta. En la atmósfera y el océano se estaban formando las moléculas que darían origen a las primeras células, pero muchos detalles aún no están claros.
Entre los biólogos que estudian el origen de la vida hay una polémica. Unos señalan que la vida surgió en ambientes hidrotermales, que se caracterizan por tener agua a altas temperaturas. Otros afirman que, aunque muchos organismos primitivos son hidrotermales, eso no significa que los primeros organismos lo hayan sido. El argumento es que en un ambiente tan caliente los compuestos orgánicos no son estables, y por lo tanto no pueden formar las moléculas complejas que requiere la vida. Para probar si se pueden formar los compuestos esenciales para la vida en un ambiente hidrotermal, Rafael Navarro y Fanny Reissman realizaron una serie de experimentos en los que simularon las condiciones del fondo del mar. En una olla de presión especial calentaron agua mezclada con dióxido de carbono, metano, nitrógeno y pirita, mineral de azufre muy común en los ambientes hidrotermales. El análisis posterior de la mezcla mostró que se formaban compuestos orgánicos siempre y cuando la pirita estuviera presente. Más recientemente, Paulina Pinedo realizó experimentos similares usando amoniaco como fuente de nitrógeno y pudo medir las cantidades de los compuestos orgánicos generados. Paulina y Rafael observaron que estos compuestos no sólo se forman a diferentes temperaturas, sino que se producen más a unos 300°C. Esta temperatura es muy similar a la de las ventilas hidrotermales. Así pues, la química inicial para la vida puede darse en estos ambientes de la Tierra primitiva, los cuales también podrían existir, por ejemplo, en Europa.
Hay dos tipos de fijación de nitrógeno: la mediada por bacterias y la que ocurre por procesos no biológicos. Rafael Navarro y Delphine Nna Mvondo exploraron las fuentes de fijación de nitrógeno no biológicas en la Tierra primitiva, en particular los relámpagos. Pronto se dieron cuenta de que en una atmósfera de nitrógeno y dióxido de carbono la cantidad de éste último es fundamental para que se generen compuestos oxidados de nitrógeno (NO, NO2), es decir, nitrógeno fijado. Los investigadores asociaron sus resultados a la evolución de la atmósfera terrestre. La atmósfera primitiva contenía grandes cantidades de dióxido de carbono. Luego del surgimiento de la vida la concentración de este compuesto fue disminuyendo y aumentó la de moléculas de oxígeno (O2). Navarro, Nna Mvondo y Mckay presentaron sus resultados en la revista Nature. En su artículo proponen que la disminución en la cantidad de dióxido de carbono en la atmósfera redujo la cantidad de nitrógeno fijado, lo que favoreció que aparecieran y proliferaran bacterias capaces de realizar el proceso de fijación. Esto es importante porque la fijación biológica de nitrógeno les exige a las células invertir una gran cantidad de energía y no parecía lógico que, habiendo fuentes de nitrógeno fijado, las bacterias malgastaran su energía tratando de obtener compuestos que ya estaban disponibles.
Llegamos al final. Hemos recorrido tres mundos sin abandonar la Tierra. La esfera azul sigue siendo nuestro referente, nuestro mundo habitable. Entender el origen de la vida en la Tierra significa también comprender el potencial de habitabilidad de otros mundos y viceversa. Aún si no encontráramos vida extraterrestre, estas investigaciones son fundamentales para que este mundo siga siendo habitable para la única especie capaz de explorarlo y comprenderlo: la especie humana.
Antígona Segura Peralta es investigadora del Instituto de Ciencias Nucleares de la UNAM. Realizó sus estudios de doctorado bajo la dirección del Dr. Rafael Navarro González con una tesis sobre la producción de moléculas importantes para el inicio de la vida en los volcanes de Marte. Página web: www.nucleares.unam.mx/~antigona