México 68: un legado que perdura
Guillermo Cárdenas Guzmán
Foto: Marcel·lí Perelló
El movimiento estudiantil que hace medio siglo cimbró al país impulsó cambios profundos en la familia, el Estado y la sociedad que los científicos sociales siguen analizando.
En el verano de 1968, tras la escalada de violencia encabezada por el gobierno del presidente Gustavo Díaz Ordaz contra un heterogéneo movimiento estudiantil que se pronunciaba contra la arbitrariedad policiaca y la represión en todo el país, los líderes activistas decidieron efectuar una marcha distinta a las anteriores.
Los dirigentes estudiantiles de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el Instituto Politécnico Nacional (IPN), la Universidad Iberoamericana (UIA) y otras escuelas, agrupados en el Consejo Nacional de Huelga (CNH), acordaron marchar silenciosamente el 13 de septiembre desde el Museo Nacional de Antropología e Historia en el Bosque de Chapultepec hasta el Zócalo capitalino.
El objetivo era demostrarle al gobierno que no eran provocadores ni buscaban sabotear los Juegos Olímpicos que se celebrarían ese año en la Ciudad de México. Durante la movilización, que convocó a más de 250 000 personas, no hubo gritos ni arengas, sólo pancartas. Algunos asistentes llevaban la boca cubierta con cinta adhesiva.
Los estudiantes pensaron que con ese silencio simbólico contendrían las acometidas represoras de las autoridades. Pero se equivocaron: “durante esta marcha, un grupo de agentes del gobierno destrozó alrededor de cien autos y se robó otros diez pertenecientes a los manifestantes”, recuerda el astrónomo Manuel Peimbert Sierra.
El investigador emérito del Instituto de Astronomía de la UNAM, quien formó parte de un bloque de profesores en apoyo a las demandas del CNH, pensó que serían una especie de “paraguas” protector del movimiento estudiantil. Pero el gobierno de Díaz Ordaz no estaba dispuesto a ceder y dos semanas después perpetró la matanza en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco.
Saldo fatal
No se sabe con exactitud el saldo del ataque de las fuerzas armadas contra manifestantes aquel fatídico 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas. Los diarios reportaron 30 muertos (cifra oficial), 53 heridos graves y más de 1 500 detenidos. Pero al paso del tiempo, con los cambios de gobierno y el acceso a testimonios, archivos y expedientes sobre el movimiento, las cifras han ido cambiando. Según las estimaciones de la embajada de Estados Unidos en México habrían muerto entre 150 y 200 personas, mientras que el reporte de la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado difundido en 2006 sugiere que no es posible dar una cifra definitiva, aunque menciona reportes que consignan hasta 350 muertos.
Los hechos
“Paredes agujereadas por las balas; vidrios destrozados, rostros pálidos, desencajados; labios resecos y ojos llorosos; zapatos regados por doquier, grupos de personas que en ropa de dormir y con algunas pertenencias bajo el brazo salían de sus hogares; volantes y pancartas tapizando el piso; tanques en las calles; policías y soldados en constante vigilancia; signos de destrucción, de muerte”.
Esta crónica de Juan Aguilera, publicada en la edición Últimas Noticias del diario Excélsior, constituye uno de los primeros testimonios directos de la desolación que se vio en la Plaza de las Tres Culturas y los edificios aledaños aquel rojo amanecer del 3 de octubre de 1968, un día después del ataque con el que el gobierno silenció a punta de metralla una manifestación pacífica. Con esa matanza, la cual otros medios de comunicación apenas mencionaron como reyerta debido a la falta de libertad de expresión, se puso fin a un complejo movimiento estudiantil que comenzó a gestarse meses atrás y cuya influencia sigue vigente en la sociedad actual.
A 50 años de esos sucesos parece que ya todo se ha dicho y escrito sobre aquel movimiento estudiantil que transformó al Estado, la sociedad y las familias. Pero no es así. Como afirma la historiadora Eugenia Allier Montaño, del Instituto de Investigaciones Sociales (IIS) de la UNAM, persisten muchas interrogantes sobre sus orígenes y desarrollo, que sociólogos, antropólogos e historiadores buscan responder.
En México 1968 no había libertad de expresión ni medios de comunicación independientes del poder.
22 de julio
Tras una reyerta entre estudiantes de la preparatoria Isaac Ochoterena y la Vocacional 5 del IPN, la policía ingresa en ese plantel.
26-29 de julio
Varios planteles de la UNAM e IPN paran labores en protesta por la intervención policiaca.
30 de julio
El ejército irrumpe con un bazucazo en la preparatoria de San Ildefonso.
1 de agosto
El rector Javier Barros Sierra defiende la autonomía de la UNAM y condena públicamente los hechos.
2 de agosto
Profesores y estudiantes conforman el Consejo Nacional de Huelga (CHN) como órgano director del movimiento.
4 de agosto
El CNH lanza un pliego petitorio con demandas como disolver el cuerpo de granaderos y libertad a los presos políticos.
27 de agosto
Una marcha del Museo Nacional de Antropología al Zócalo capitalino reúne a unas 30 000 personas.
28 de agosto
Tanquetas del ejército entran de madrugada al Zócalo para dispersar a los manifestantes.
7 de septiembre
Marcha de las antorchas en Tlatelolco.
13 de septiembre
Se efectúa la marcha del silencio para condenar la represión.
18 de septiembre
El ejército entra en Ciudad Universitaria, vulnerando una vez más la autonomía universitaria.
23 de septiembre
Renuncia el rector de la UNAM. Granaderos y estudiantes se enfrentan en instalaciones del IPN (Casco de Santo Tomás).
2 de octubre
El ejército dispersa un mitin muy concurrido en Tlatelolco. Francotiradores y el Batallón Olimpia disparan contra la multitud.
Foto: Comité 68.
El contexto
Durante la década de los años 60 las dos grandes potencias nucleares, Estados Unidos y la antigua Unión Soviética, seguían enfrascadas en la disputa ideológica de capitalismo contra socialismo que surgió al terminar la Segunda Guerra Mundial. Al mismo tiempo, competían por la supremacía en la carrera espacial, que culminó con el viaje a la Luna en 1969 (véase ¿Cómo ves? No. 100).
Mientras el ejército de Estados Unidos arrasaba Vietnam y las tropas soviéticas sofocaban los intentos de apertura democrática en Checoslovaquia, proliferaban cientos de grupos artísticos, movimientos de protesta, pacifistas y contraculturales. Fuera de los campos de batalla, inventos como el avión supersónico, la píldora anticonceptiva y la minifalda comenzaban a revolucionar ideas y modos de vida.
De la Universidad Columbia, en Nueva York, al Mayo parisino, decenas de movimientos estudiantiles se sucedieron durante ese emblemático 1968, año en que los Beatles lanzaron su pieza Revolution y en el que fueron asesinados en Estados Unidos el senador Robert Kennedy y el activista pro derechos civiles Martin Luther King. Las gigantescas olas de ese turbulento escenario mundial también llegaron al México de entonces.
Para el historiador Ariel Rodríguez Kuri, la sociedad mexicana en ese tiempo, conservadora dentro y fuera de la familia, plagada de ansiedad y culpas, estaba dominada por un mundo de adultos que decían no entender a una juventud cada vez más numerosa. En esa sociedad conservadora el presidente de la República contaba con el apoyo tácito de una mayoría “silenciosa” que condenaba el movimiento sin decirlo. “En el 68 mexicano claramente hay un conservadurismo social muy acusado que el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz supo leer y utilizar en su beneficio”, argumenta Rodríguez Kuri, director del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México.
Gilberto Guevara Niebla, especialista en temas educativos y líder estudiantil del 68, recuerda que en esa década, en la cual el ejército reprimió varias huelgas universitarias y otros movimientos sociales, en México operaba de facto un Estado autoritario que no toleraba la disidencia política. No había libertad de expresión ni medios de comunicación independientes del poder. “Los jóvenes vivían muy reprimidos. En los hogares imperaba la autoridad del padre. La familia era muy opresiva y la sociedad muy represiva, sobre todo en el aspecto sexual, aunque esto comenzaba a cambiar con la llegada de la píldora anticonceptiva”, dice Gilberto Guevara.
Esa atmósfera de tensión entre el mundo adulto y los chavos, en la que llevar el pelo largo, vestir de forma estrafalaria o escuchar rock causaba escozor en muchos sectores sociales, propició un movimiento que se convirtió en una especie de coctel explosivo de relajo y espíritu festivo, pero también de anhelos de libertad de los jóvenes.
Más allá del 2 de octubre
La violenta represión con que las fuerzas armadas disolvieron el mitin pacífico que se realizaba en Tlatelolco la tarde del 2 de octubre de 1968 marcó un punto de quiebre en la historia reciente del país y detonó a la postre una cascada de transformaciones políticas y sociales. Sin embargo, a decir de varios estudiosos del tema, esa fecha debe verse como parte de un movimiento en busca de libertades civiles que comenzó a gestarse meses e incluso años atrás en un contexto social complejo, donde había inconformidad y represión (ese año se registraron más de 50 movimientos estudiantiles en el mundo). Aunque la matanza en México tuvo el efecto de ahogar el movimiento estudiantil, éste concluyó formalmente hasta diciembre de 1968, con la disolución del Consejo Nacional de Huelga.
Los testimonios
Eugenia Allier Montaño plantea que la memoria del conflicto del 68 ha pasado por diversas etapas, que van desde la denuncia inicial por la brutalidad de la represión hasta la exaltación y glorificación del movimiento como detonador de cambios sociales que ayudaron a ampliar los espacios de libertad. Esta memoria colectiva se empezó a construir con los testimonios de los líderes del movimiento y los artículos periodísticos disponibles, a los que se sumaron trabajos académicos (históricos, sociales, políticos) enfocados al análisis de los actores y los procesos, con autores como Sergio Zermeño, Javier Barros Sierra y Ramón Ramírez, entre otros.
Hacia los años 90 explica Allier Montaño surgió una nueva oleada de trabajos académicos que buscaban esclarecer las dudas que persistían y aún persisten sobre los orígenes del movimiento y su evolución, entre ellos los de investigadores como Sergio Aguayo y Carlos Montemayor. Finalmente, ya en el siglo XXI, los estudios de historiadores como la propia Eugenia Allier y Ariel Rodríguez Kuri, quienes no vivieron esa época, han abordado temas como la participación de las mujeres en el movimiento y las perspectivas de éste en un contexto global. Con tantas líneas de investigación parecería que ya no hay mucho que decir sobre el movimiento del 68. Pero Allier señala que, según estudios bibliográficos, se han producido apenas unas 400 obras (incluidas las novelas y testimoniales) sobre este tema. Y los trabajos históricos son aún escasos, pues no rebasan los 20. Además, las líneas de investigación en ciencias sociales se han enfocado predominantemente en el papel de los estudiantes en el conflicto. Falta estudiar aspectos como la participación de los profesores, el exilio de académicos que siguió a la represión y la consistencia de los juicios contra los detenidos, que a veces constituían verdaderas aberraciones legales, a decir de Guevara Niebla.
A 50 del 68
¿Cómo hubieran relatado los sucesos del verano de 1968 los principales actores y testigos de la movilización de haber existido redes sociodigitales como Facebook y Twitter? Ante el silencio de prácticamente todos los medios de comunicación tras la respuesta violenta del gobierno, ¿cómo habría fluido la información sobre el movimiento en tiempo real en las modernas plataformas de comunicación digital?
El proyecto “A 50 del 68”, en el que participan el Centro Cultural Universitario Tlatelolco, el Centro Nacional de Comunicación Social y Cultura Colectiva y la revista Proceso responde mediante una plataforma digital que conjuga las tecnologías de información y comunicación actuales con los archivos históricos, fotos, testimonios, actas y otros documentos del movimiento. En la página web https://a50del68.com pueden consultarse partes militares o de entidades oficiales como la Secretaría de Gobernación, manifiestos del Consejo Nacional de Huelga, testimonios, videos, comunicados de prensa y otros documentos sobre los acontecimientos que ese año cambiaron el rumbo del país.
El movimiento del 68 permitió a los profesores y estudiantes recuperar derechos esenciales establecidos en la Constitución como la libre expresión de las ideas y las manifestaciones pacíficas en las calles y plazas públicas.
Foto: Marcel·lí Perelló.
Detonador de cambios
El ex líder estudiantil argumenta que la represión, en vez de acallar la disidencia, a la larga se convirtió en el detonador de numerosos movimientos políticos y sociales —incluidos los levantamientos guerrilleros de los años 70— que pretendían poner fin al autoritarismo y abrir las vías a la democratización del país.
Por otro lado, y pese al abrupto final, el movimiento permitió a los profesores y estudiantes recuperar después derechos esenciales establecidos en la Constitución vigente desde 1917, pero hasta entonces negados en los hechos, como la libre expresión de las ideas y las manifestaciones pacíficas en las calles y plazas públicas.
Como señala Hira de Gortari, otro de los participantes en el movimiento del 68, hoy nos parece común ver una protesta en las calles de la capital, pero en ese momento constituía todo un desafío a las autoridades. “El Zócalo era un lugar sagrado. Era absolutamente inconcebible que fuéramos ahí a manifestarnos.”
Jorge Cadena Roa, especialista en sociología política y movimientos sociales de la UNAM, observa que cuando se compara la situación de 1968 con la de 2018, resulta notorio el cambio en las percepciones públicas y privadas sobre las protestas y los movimientos sociales. “Pasamos de la denuncia de las fuerzas oscuras con intereses inconfesables que querían sembrar el caos en el país, a que las protestas sean vistas con normalidad”, afirma el académico del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades.
Julio Labastida Martín del Campo, del IIS-UNAM, plantea por su parte que el movimiento estudiantil desató cambios que tocaron dos puntos esenciales en el proceso de democratización del país: cuestionar el enorme poder del presidente de la República y pugnar por la vigencia del estado de derecho.
Manuel Peimbert sostiene que los acontecimientos de 1968 marcaron un punto de inflexión en la historia del país, pues fueron el preámbulo de otros movimientos democráticos durante la segunda mitad del siglo XX que culminaron con transformaciones sociales que pusieron fin al autoritarismo en todos los ámbitos. “A pesar de que no se considera que los jóvenes hayan triunfado, debe admitirse que a partir de 1968 cambió todo, la escuela, la familia y la sociedad”.
Influencia transgeneracional
Eugenia Allier menciona que más allá de reconstruir los hechos, es difícil cuantificar los efectos que se desprendieron del movimiento de hace cinco décadas debido a que no hay instrumentos de medición que puedan aplicarse a esos procesos sociales. Sin embargo, reconoce que su gran influencia en las generaciones posteriores puede apreciarse en las vidas de muchos personas que participaron en esos sucesos y que después fueron ampliamente reconocidos como líderes o impulsores en siete grandes áreas de actividad. Éstas son: el feminismo, el sindicalismo, los movimientos de liberación gay, los levantamientos armados, la formación de universidades y escuelas alternativas enfocadas a transformar la educación, la creación de nuevos partidos políticos (en 1977 se hizo una reforma para dar legalidad a los de oposición), así como la apertura paulatina en los medios de comunicación.
La investigadora del IIS subraya también un hecho histórico que casi no se menciona en la literatura: algunos estudiantes portaban armas (como bombas molotov) y generaban brotes violentos en sus enfrentamientos con las autoridades. “Pero había que decir que eran pacíficos, porque era la única forma de contrarrestar los descalificativos del gobierno”, añade la catedrática de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
Quizás a las nuevas generaciones de jóvenes, sobre todo los estudiantes universitarios, el 68 les parezca muy lejano en el tiempo y no sientan ninguna conexión más allá de las anécdotas familiares o las asambleas escolares. Pero como subraya Allier, el vínculo persiste: “Si analizas conflictos más recientes, como el del Consejo Estudiantil Universitario en 1986 o la huelga de 1999 en la UNAM, el movimiento Yo soy 132 en 2012 o el caso de los estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa en 2014, todos recuperan el 68 como un legado”. La profesora Allier concluye: “Se ha debatido mucho sobre si ese movimiento fracasó o triunfó. Es un debate que lleva 50 años. Mi posición personal es que triunfó en el futuro”.
Los acontecimientos de 1968 fueron el preámbulo de otros movimientos democráticos durante la segunda mitad del siglo XX, que culminaron con transformaciones sociales que pusieron fin al autoritarismo en todos los ámbitos.
Más información
- Meneses Reyes, Marcela, “Radicales o pacifistas, la construcción del enemigo en los movimientos estudiantiles, Tramas 40, UAM Xochimilco, Cd. de México 2013.
- Zermeño, Sergio, México, una democracia utópica. El movimiento estudiantil de 1968, Siglo XXI Editores, Cd. de México 2013.
Guillermo Cárdenas Guzmán es periodista especializado en temas de ciencia, tecnología y salud. Ha laborado en diversos medios de comunicación electrónicos e impresos, como los diarios Reforma y El Universal. Actualmente es reportero de ¿Cómo ves?