La divulgación de la ciencia y otros mundos posibles
Milagros Varguez
Imágenes: Shutterstock
Hay anécdotas en la divulgación de la ciencia que comienzan con el gusto por los insectos o con la curiosidad por conocer el Universo. La mía empieza por imaginar otros mundos posibles.
Siempre fui una niña traviesa y de mente inquieta. No sólo quería saltar charcos sino también saber qué tan lejos iba a llegar el agua o qué tan rápido debía correr para no perder el autobús escolar. Mi realidad fue creándose no sólo con las experiencias vividas sino también con las imaginadas.
Leer fue una de mis grandes pasiones y muy rápido supe qué historias quería vivir. Un día llegó mi madre del supermercado y, además de pan, mantequilla, galletas y el resto del mandado, las bolsas también contenían un libro que me había traído de sorpresa. Inmediatamente lo saqué y lo tomé con ambas manos. El título era Veinte mil leguas de viaje submarino. Recuerdo que ni terminé de ayudar a acomodar; me tiré en el sofá a leer aquel libro, no muy grande, pero cuya portada, en la que aparecía un enorme calamar morado, me auguraba una gran aventura. Me sumergí en el Nautilus y acompañé al profesor Pierre Aronnax, al capitán Nemo, a Conseil y a Ned Land en su fantástica hazaña a través de los océanos. Quedé deslumbrada por el paisaje submarino y los seres ahí descritos.
Así comencé a leer a Julio Verne; de su mano descubrí el mundo de la ciencia ficción, un ejercicio de imaginación que nos invita a pensar en futuros posibles y a repensar nuestro pasado y, sobre todo, nuestro presente. Después vinieron más historias de Verne y de otros grandes del género, como Philip K. Dick, Arthur C. Clarke, Ursula K. Leguin y muchos más. Todos me mostraban realidades futuristas, fantásticas, tecnológicas, distópicas, espaciales. Con esas lecturas aprendí que la ciencia ficción, como la ciencia misma, nos ayuda a pensar, a habitar por un momento mundos distintos para que podamos hacerlos realidad.
También me atraían las realidades que la ciencia hacía posibles. Recuerdo, maravillada, acompañar al extraordinario Carl Sagan en su exploración de los confines del universo; aprender sobre la vida de las estrellas, la velocidad de la luz y, a bordo del Calypso, explorar la impresionante diversidad y complejidad del mundo submarino con Jacques Cousteau. Así pues, la divulgación de la ciencia me invitó a habitar otros mundos, éstos reales.
Pero no todo era ciencia ficción y divulgación de la ciencia. Luego llegué al mundo de los números: racionales, irracionales, enteros, fraccionarios, naturales, reales y, por supuesto, imaginarios. De chica me divertía mucho haciendo cuentas mentales, así que las matemáticas fueron no sólo un pasatiempo sino también un ejercicio escolar, y hasta participé en concursos. También fueron mis grandes pasiones la física, la química orgánica y el cálculo diferencial, pero cuando llegó el momento de decidir qué estudiar no fueron las ciencias exactas o duras las que terminaron por atraparme.
No me veía ejerciendo la ciencia profesionalmente, pero quería conservarla como una pasión. En aquella época uno de mis hermanos mayores estudiaba comunicación y frecuentemente, durante la comida, nos contaba acerca de lo que leía, sus profesores y sus inquietudes sobre la comunicación organizacional, el área en la que quería especializarse. En ese momento comencé a cuestionarme sobre la importancia de los mensajes, de los canales y, por supuesto, del público. Entonces también decidí estudiar ciencias de la comunicación. Comencé en el área periodística y de investigación, pero pronto la divulgación de la ciencia se extendería a todas las áreas de mi vida, tanto las personales como las profesionales.
Siempre me fascinó contemplar el firmamento. Imagínense el cielo de un Cancún de hace 30 años, apenas desarrollándose, con una población en crecimiento y una industria turística emergente. Cuando caía la noche se podía ver un cielo limpio, sin contaminación lumínica, lleno de estrellas. ¿Quién aguantaría la tentación de contemplar ese espectáculo majestuoso?
Fotos: Cha’an Ka’an, Planetario de Cozumel.
De la investigación a la divulgación
La investigación en comunicación no sólo me trajo gran felicidad: por ejemplo, al indagar y aprender sobre los públicos en la ciencia también me permitió conocer otro país, Brasil. Allá conocí a quien se convertiría en una de mis mejores amigas, quien sin proponérselo definiría mi camino hacia la divulgación.
Mi experiencia con la astronomía comenzó con una invitación para unirme a un programa itinerante llamado GalileoMobile, financiado por el reconocido Instituto Max Planck y dirigido a regiones que tienen poco o ningún acceso a otras acciones de divulgación de la ciencia. Desde que me contaron la misión del proyecto quedé fascinada, pues se trataba de incluir a comunidades remotas, en algunos casos indígenas, frecuentemente olvidadas, pero que tenían mucho por compartir y enseñarnos.
Comencé colaborando en el área de comunicación, en las expediciones a Brasil, Bolivia, Uganda e India, y tiempo después me incorporé al área de etnoastronomía. Fue una gran experiencia trabajar y aprender de científicos, educadores y divulgadores de otras partes del mundo y, sobre todo, aprender formalmente sobre astronomía.
Durante esa época conocí el programa Stellarium, un software que permite simular el cielo nocturno de manera esférica y tridimensional, según la ubicación y el tiempo del usuario, para ver y calcular la posición de diversos cuerpos celestes. Gracias a este programa y a mi capacitación para impartir talleres y charlas comencé a reconocer asterismos y constelaciones en el cielo, a decir “lluvia de meteoros” en vez de “lluvia de estrellas”, a incorporar en mi vocabulario conceptos como conjunción, perigeo o apogeo. Éste sería el comienzo formal de mi labor, de gran ayuda para otra de mis grandes aventuras en la divulgación de la ciencia: la dirección de un planetario.
Recuerdo la primera vez que entré a un planetario, a esa cúpula enorme. Recuerdo cómo se oscureció toda la sala y, de pronto, se iluminó con el resplandor de las estrellas que simulaban el cielo nocturno a través de un proyector optomecánico. No sé si les tocó a ustedes, pero eran unos aparatos enormes colocados en medio de una sala; tenían una gran esfera con muchos lentes y lámparas que proyectaban diversas intensidades de luz sobre una cúpula para recrear el cielo nocturno. Sí, una maravilla de la ingeniería. Los planetarios son extraordinarios porque pueden llevarnos a planetas, hacernos conocer de cerca los cráteres de la Luna, mostrarnos lo pequeños que somos en relación con otros cuerpos celestes y literalmente sumergirnos en mundos que jamás conoceremos en persona, como el cielo profundo, el cinturón de asteroides o las proximidades de un agujero negro.
Ya me encontraba haciendo divulgación en la Subdirección de Información de la Dirección General de Divulgación de la Ciencia de la unam cuando me enteré de que iban a inaugurar un planetario en Cozumel. Me encantó ese proyecto desde que supe de él; imagínense, un espacio de divulgación de la ciencia en una isla en el Caribe, en ese entonces de 80 mil habitantes, pero con un flujo turístico de tres millones de personas que llegaban de visita tan sólo de los cruceros. Sí, un gran reto, porque ahora, además de pensar en hacer divulgación para los grupos escolares o el público en general, había que considerar a los turistas.
Después del Planetario de Cozumel vino la dirección del Planetario de Cancún, pero en un momento de gran desafío: hacer divulgación de la ciencia durante la pandemia. Se trató de una experiencia en la que el ingenio y la creatividad tuvieron un papel preponderante para poder dar acceso a todos nuestros contenidos en su versión digital.
Mi paso al frente de los planetarios de Cozumel y Cancún me dio la oportunidad de seguir explorando otros modos de hacer divulgación de la ciencia, ya no sólo mediante charlas, artículos o talleres sino con el apoyo de la tecnología de los planetarios digitales. Así, podíamos hacer espectáculos en vivo y no sólo de temas relacionados con la astronomía; el más exitoso, por ejemplo, fue sobre dinosaurios. Escribir el guion fue muy divertido, porque me trajo recuerdos de mi infancia. Estoy segura de que, como yo, muchos de ustedes cuando eran pequeños también fueron grandes conocedores de este grupo de reptiles.
Más allá del tema o de la banda sonora del espectáculo, un elemento muy importante fue la inclusión del público. Recuerdo la primera función, con la sala abarrotada y el furor de los niños volcado en gritos y aplausos. Mientras le contaba al público sobre la dieta de uno de los carnívoros terrestres más grandes que se conocen, el Tyrannosaurus rex, del periodo Cretácico, y mostrábamos sus grandes fauces, se me ocurrió que podía “tragarnos”, así que le pedí al operador del domo que nos acercara lo más que pudiera y al público que me ayudara a jalar al T. rex. Finalmente nos engulló y nos convertimos en alimento de este extraordinario animal.
La divulgación de la ciencia no sólo me ha llevado por galaxias y épocas prehistóricas, sino también a reivindicar el legado cultural y científico de mis antepasados. Hace tiempo tuve la idea de hacer un documental sobre cosmogonía maya, pero no fue sino hasta que estuve más consciente de las bondades de los domos de inmersión digital que me quedó claro que tenía que hacerlo a través de los planetarios y había que aportar una visión más enriquecedora, que incluyera no sólo los conocimientos astronómicos, sino también la cultura. Pensé que debíamos abordar la importancia y la influencia de los cuerpos celestes para culturas del pasado, que conocemos gracias a los registros que dejaron.
Existía un problema: en nuestro país no había películas de calidad para planetarios, así que se me ocurrió crear la primera película en México completamente animada para domos de inmersión digital, y así surgió el proyecto Arqueoastronomía maya: Observadores del universo, una película en la que, a través de un banquete de colores y sonidos, así como un recorrido por sitios arqueológicos mayas, el espectador se sumerge en la cosmogonía de este pueblo y entiende, por ejemplo, la importancia de la orientación de sus templos en relación con la dinámica celeste. Se trató de un proyecto de comunicación pública de la ciencia que tuvo éxito tanto en México como en el mundo, lo que me permitió contar con recursos para la producción de una segunda película, que seguiría enfocada en la arqueoastronomía, pero ahora de la cultura mexica.
Ilustraciones: Arqueoastronomía Maya. Observadores del Universo.
Después de los planetarios regresé a la dgdc, al frente de la Dirección de Medios, que se encarga de ser un puente entre el conocimiento científico y el público a través de diferentes medios de comunicación, como la revista ¿Cómo ves? que tienes en tus manos. Ya les conté mi camino por la divulgación, pero mi viaje también estuvo enormemente motivado por esta revista, con la que conocí a los pioneros de la divulgación de la ciencia. En las vacaciones de verano del año 2000, en un viaje al entonces Distrito Federal, me llamó la atención una publicación en un puesto de revistas: en letras verdes sobresalía el título Viajes en el tiempo y adentro el artículo “Volver al futuro. ¿Realmente es posible viajar en el tiempo?”, de Sergio de Régules. En ese momento me enteré de ¿Cómo ves? y la divulgación de la ciencia comenzó a ser parte de mi vida.
La divulgación de la ciencia es importante porque nos permite conocer mejor nuestro entorno y tomar decisiones informadas, pero también porque gran parte de la ciencia se realiza con fondos públicos, gracias a nuestros impuestos. Si aún no pagas impuestos es importante que estés enterada de las investigaciones y hallazgos de la ciencia, ya que mucho de ello tiene una repercusión directa en nuestros modos de vida: los transgénicos, la inteligencia artificial, la emergencia climática, la migración, la salud pública, la seguridad alimentaria, la salud mental, la higiene del sueño y muchos otros temas en los que estamos implicados como ciudadanos.
La divulgación de la ciencia ayuda a lograr eso que soñé de niña: hacer posibles mundos mejores, con mayor igualdad y equidad, en los cuales podamos ser no sólo espectadores sino participantes activos del devenir científico.
- Guido Cossard, Firmamentos perdidos. Arqueoastronomía: Las estrellas de los pueblos antiguos, México, fce, 2014.
- Isabel Pérez S., “Especial México 500. La caída de Tenochtitlan. La astronomía y los aztecas”, Ciencia unam, 24 de agosto de 2021, en: https://ciencia.unam.mx/leer/1148/especial-mexico-500-la-caida-de-tenochtitlan-la-astronomia-y-los-aztecas.
- Stellarium, planetario de código abierto para computadora, en: https://stellarium.org/es/.
Milagros Varguez es doctora en Estudios Humanísticos, con especialidad en Ciencia y Cultura. Desde hace más de 10 años se dedica a la divulgación de la ciencia. Ha sido merecedora de la beca del programa de Ciencia y Arte We Are Stardust de la Universidad de California, y dirigió los planetarios de Cozumel y Cancún. Actualmente es directora de Medios de la dgdc, unam.