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Estrella Burgos

La producción científica en nuestro tiempo es inmensa; es tal la cantidad de artículos que aparecen en las revistas especializadas que ni los propios expertos pueden dar seguimiento a todo lo que se publica en su área de trabajo. Y con mucha frecuencia tenemos noticia de algún hallazgo que se abrió camino hasta los medios masivos de comunicación. A veces, y particularmente cuando la información se refiere a áreas de la ciencia de gran complejidad, podemos tener la impresión de que el avance es más rápido de lo que en realidad sucede. A esto contribuye también la manera en que el cine y las series de televisión suelen presentar a la ciencia: infalible y todopoderosa (o bien, malévola). En la práctica, cada descubrimiento generalmente lleva detrás un trabajo de mucho tiempo y de muchas personas, ensayos y errores. Y es preciso enfatizarlo cuando el tema en cuestión es de especial importancia para nosotros, como la salud. Sin duda que todos quisiéramos que ahí el avance fuera vertiginoso, pero el diseño y la puesta a prueba de nuevos tratamientos toman un tiempo largo, a veces años, a veces décadas. ¿Por qué es así? El artículo de portada de la presente edición, “La terapia génica”, explica el sinuoso y difícil camino que recorren pacientes e investigadores para alcanzar la que podría ser la medicina del futuro; una que ha despertado enormes expectativas y que posiblemente las cumpla, pero es pronto para decir cuándo. Por ahora nosotros tenemos el privilegio de ser testigos de su desarrollo.