De letras 211
La charca del diablo
Ana María Sánchez
Ilustrado por Juanjo Colsa
Viví intrigada durante muchos años por una predilección que no comprendía: la de mi madre por La charca del diablo, novela breve de George Sand. La incomprensión se debía a varios factores, no el menor a mi ignorancia del idioma. Ella insistía en que estudiara el francés en serio. Arrepentida, confieso que desoí su atinado consejo, así que durante muchos años me perdí La mare au diable.
Hoy sigo sin poder leer decentemente una obra literaria en francés, pero he desarrollado una tendencia a rebuscar en la memoria cosas aparentemente olvidadas, y una de ellas es la novela (que, por cierto, me costó enorme trabajo encontrar en español). ¡Qué razón tuvo mi mamá! Se trata de una obra maestra.
Es una historia de amor entre campesinos, pura y cristalina, sentimental y entrañable. Germain, joven labrador que ha quedado viudo con tres pequeños hijos, recibe el insistente consejo de su suegro de que vuelva a casarse. Le pondera las virtudes de una viuda de un pueblo cercano y casi lo obliga cariñosamente a que vaya a pedir su mano; de mala gana, parte con su hijito Pierre. Casualmente va en esa dirección una jovencita, Marie, para tomar un trabajo de pastora en otro pueblo. Marie es pobre y juiciosa, dulce y sencilla, maternal y sensible, previsora, frugal... y muy hermosa. Germain se enamora de ella y se lo hace saber mediante una cálida petición de matrimonio; pero Marie lo rechaza, por lo cual se crea un ambiente de tensión. Debido a que se pierden en el camino, y a que, aprovechando la ofuscación de su amo, la yegua que los acompañaba se escapa, los tres tienen que pasar la noche en el bosque, justamente donde se encuentra la charca. No contaré el final.
La novela describe el entorno de la provincia de Berry, de donde era originaria Aurora Dupin, nombre verdadero de la autora, nacida en 1804. Aunque poco se describe la charca que forma parte del título, cerca de Mers-sur-Indre, el ambiente embrujador del bosque se recrea poéticamente. A la medianoche, al disiparse la niebla,
Germán pudo distinguir el brillo de las estrellas a través de los árboles. La luna también se desprendía de los vapores que la cubrían, y empezó a sembrar diamantes sobre el musgo húmedo. Los troncos de las encinas seguían envueltos en una majestuosa oscuridad; pero un poco más lejos, los troncos de los abedules semejaban una hilera de fantasmas envueltos en sus blancos sudarios.
El fuego se reflejaba en la charca; y las ranas empezaban a acostumbrarse a su luz, aventurando algunas notas agudas y tímidas; las ramas angulosas de algunos viejos árboles, cubiertas de liquen amarillento, se extendían y entrecruzaban como grandiosos brazos descarnados sobre la cabeza de nuestros viajeros.
Era aquel un hermoso lugar; pero tan solitario y triste que Germán, cansado de sufrir, se puso a cantar y a tirar piedrecillas a la charca para distraer el fastidio de su soledad.
La obra recrea también un pasado intemporal de inocencia bucólica. Por ello, me sorprendió el siguiente comentario de la autora-narradora, a propósito de los movimientos “civilizadores” en la región: “La comarca de Berry ha permanecido estacionaria, y creo que después de Bretaña y de algunas provincias del extremo meridional de Francia, es hoy por hoy la región más conservada de todas”.
La cursiva, que llamó mucho mi atención, es del traductor, pues no aparece en el original, aunque sí utiliza el término “conservé” aplicado a “pays”. Evidentemente se refiere a una conservación costumbrista y no ecológica, como hoy interpretaríamos. Y como la lectura de una excelente novela siempre desborda su ámbito original, era natural que me interesara saber qué es una charca, palabra que solo conocía en un contexto levemente peyorativo, o folclórico si le añadía el croar de una rana. Si uno observa las fotografías de la charca real que inspiró a Sand y de otras más, no puede sino preguntarse a qué tipo de acumulación de agua se refiere el nombre. Pues se trata de pequeñas masas de agua dulce de menos de 10 hectáreas que representan el 30% de la superficie mundial de agua estancada. A pesar de que han desaparecido casi completamente en algunos países, en Europa las charcas aún son un hábitat acuático muy abundante y diverso, y además ofrecen numerosos beneficios ambientales, sobre todo en estos tiempos de enfrentamiento al cambio climático. “Estas pequeñas masas de agua —dice el “Manifiesto sobre las charcas” del European Pond Conservation Network— constituyen también un importante patrimonio de la cultura e historia europeas, y proporcionan uno de los vínculos más estrechos entre el ser humano y su entorno natural”.
Por cierto, La charca del diablo fue adaptada al cine en 1923 por Pierre Caron y a la televisión en 1972 por Pierre Cardinal.