De letras 221
Asuntos superficiales
Ana María Sánchez
Cuando era niña mi familia vivía en un macizo edificio de la colonia Roma caracterizado por un gran cubo de luz interior que conectaba baños y cocinas. La conexión no sólo era arquitectónica sino también acústica.
Gracias a ese cubo promiscuo escuché por primera vez la expresión “eres como la piel de Judas”, dirigida por alguna voz maternal y desesperada a algún vástago incógnito. Ya en ese tiempo, a los nueve años, tenía la curiosidad innata que me llevó entonces a amar el chisme y, posteriormente, la ciencia. Como era tradicional en mi medio, tenía algunas nociones de historias evangélicas, de modo que sabía muy bien quién era Judas: el más traidor de los traidores. Durante un tiempo me imaginé horrorizada que en castigo a su maldad lo habían desollado (me dolía pensar que los apóstoles fueran capaces de tan sangrienta acción), como al Xipe Totec de la mitología azteca aunque a éste le sucedía por razones más pasaderas: la renovación primaveral.
Con cierto desencanto supe por boca de mi mamá que no era un epíteto tan agresivo: simplemente se refería a alguien juguetón, inquieto; a un diablillo, como el vecinito regañado. Dicho de otra manera, se trataba de una acusación superficial. Con esta experiencia ya estaba preparada para disfrutar el cuento de Perrault “Piel de asno” y luego admirar a Catherine Deneuve en la película del mismo nombre del año 1970. Ella era la hermosa princesa que mediante ese artificio disfraza su hermosura de fealdad, así como la piel de cordero significa algo semejante pero contrario: la maldad que aparenta bondad. Pronto me di cuenta de que mucho en el mundo era cuestión de apariencias.
Ya más crecida me horroricé con una película del Agente 007, la famosa Goldfinger, donde a la muchacha bonita y desnuda el malo la cubre de una capa de pintura dorada y así la “asfixia”. Los enterados aclaran que más que asfixiarla, porque tenía libres los pulmones, la debe de haber envenenado con los productos tóxicos de la pintura. ¡Pero si era solo por encimita...! La pregunta crucial es qué tan superficial es la cubierta de nuestro cuerpo, cuya principal función es separar al organismo del ambiente para protegerlo, mantenerlo íntegro y permitirle comunicarse con el entorno. Para tan abarcadora función, la piel cuenta con infinidad de órganos y células especializadas distribuidas en muchas capas. Con la piel sudamos, secretamos sebo, tenemos pelos, nos circula sangre; tenemos nervios por montones, sentimos de muchas maneras, los melanocitos nos protegen de radiaciones letales; la piel impide que nos deshidratemos, regula nuestra temperatura, elimina desechos metabólicos, hace tareas inmunológicas y en ella se produce la vitamina D. Etcétera.
Las capas conocidas son epidermis, dermis e hipodermis, cada una con sus complejidades y funciones específicas pero interrelacionadas. Primera pregunta: ¿las subcapas que forman la piel son capaces de absorber sustancias del ambiente? Segunda pregunta, si es el caso: ¿la absorción es irrestricta? La piel es una barrera, pero tiene intercambio con el exterior; es capaz de absorber, siempre y cuando se cumplan ciertos requisitos fisicoquímicos. Algunos factores que influyen en la absorción son la concentración de la sustancia, el tamaño y la localización del área, su riego sanguíneo, así como su temperatura y su humedad. Hay una ley de Fick sobre la difusión de sustancias, por si les interesa la respuesta técnica.
La piel es una buena barrera de protección pero tiene un punto ciego si los malos cumplen los requisitos: los malos son los tóxicos, como algunos insecticidas que penetran cutáneamente. Los buenos, que también deben cumplirlos, son los medicamentos que ingresan más eficazmente por esa vía, como la nitroglicerina y algunos antihipertensivos, analgésicos y anticonceptivos.
En cuanto a la ilusión llamada cosmética, en general los productos encuentran obstáculos para penetrar la capa córnea, que es la más superficial de la epidermis. Si les ofrecen la crema antiarrugas que penetra hasta el alma o el quitapiel de naranja que actúa en minutos, o cualquier otro producto semejante, averigüen sobre su dinámica de penetración dermatológica antes de quemar su dinero; dicho de otro modo, no se dejen timar, apóyense en el conocimiento científico.
Todo lo anterior viene a cuento porque recientemente una Afamada Editorial Méxicana (seudónimo), al traducir su catálogo al inglés utilizó la expresión science spreading para “divulgación de la ciencia”. Es cierto que to spread significa “extenderse” y “difundirse”, pero también “untar”. Me pregunto qué tan superficial será nuestra labor.