30 de junio de 2024 30 / 06 / 2024

Ojo de mosca 146

Escepticismo

Martín Bonfil Olivera

Los científicos buscan respuestas, y se sienten satisfechos cuando encuentran una. A los filósofos, en cambio, las respuestas los inquietan; lo que realmente disfrutan son las dudas. Y no porque les guste llevar la contraria, sino porque a través de la duda es como se logra profundizar en el conocimiento de las cosas. Pero su afán por cuestionar a veces llega al exceso (o al menos, así nos parece a quienes tenemos mentalidad científica).

Un ejemplo es la actitud que adoptan respecto a la realidad. El trabajo de un científico es estudiar el mundo real, el universo que nos rodea, y distinguirlo de las apariencias, las ilusiones que a veces afectan a nuestros sentidos, o las distorsiones que nuestras creencias, prejuicios y expectativas producen en la forma como percibimos esa realidad. Para ello, la ciencia ha desarrollado multitud de instrumentos que afinan nuestros sentidos, y procedimientos como la estadística, la revisión por pares y la replicación de los experimentos, que ayudan a eliminar distorsiones y tener datos lo más confiables posible para construir sus teorías.

Para un filósofo, en cambio, la primera pregunta surge antes de comenzar: ¿cómo podemos estar seguros de que eso que llamamos "mundo real" existe, en primer lugar? El hecho de que nuestros sentidos —la única fuente de información acerca del mundo que tenemos— con frecuencia nos engañan, la demostración científica de que lo que experimentamos como percepción directa ("lo vi con mis propios ojos") es en realidad producto de un complejísimo procesamiento cerebral, sujeto a múltiples sesgos y errores, y la vivencia, común a toda la humanidad, de que la "realidad" que experimentamos al soñar es indistinguible de la que percibimos despiertos, son pruebas de que no podemos asegurar que el mundo real exista verdaderamente. De las meditaciones de René Descartes a la película The Matrix, el problema del escepticismo filosófico se ha abordado de muchas maneras, pero jamás ha podido resolverse.

Un filósofo podría quedarse atascado en este punto, pero los científicos no nos arredramos. No podemos probar que la realidad exista, pero tampoco creemos que eso sea razón para no averiguar cómo funciona. Simplemente, suponemos que existe, y continuamos trabajando.

Se trata de puntos de vista distintos, pero no opuestos, sino complementarios. La filosofía mal administrada puede intoxicar a un científico y paralizarlo con sus dudas, pero bien usada puede garantizar que, efectivamente, haga ciencia, y no sólo investigación. Y a los filósofos, la ciencia, aunque no pruebe que estudia algo real, les da siempre nuevos elementos para dudar… y ellos, con sus dudas, evitan que la ciencia se vaya por el camino fácil.

comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx

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