Ojo de mosca 203
Ludditas
Martín Bonfil Olivera
El cambio siempre es inquietante. Por alguna razón, los humanos siempre buscamos la estabilidad.
Pero somos, como todos los seres vivos, producto de un proceso evolutivo que consiste, precisamente, en un cambio continuo. Y lo mismo ocurre con los productos de nuestro intelecto: arte, ciencia y tecnología. Todos están sujetos también a una evolución en la que lo que existe se modifica incesantemente. Surgen nuevas variantes, y las que se adaptan mejor a las también cambiantes condiciones del medio, sobreviven. Las menos "aptas", desaparecen.
Nuestro natural rechazo al cambio hace que el cada vez más acelerado avance de la tecnología cause frecuentes conflictos.
Hubo un momento en que los teléfonos eran una novedad que muchos consideraron innecesaria; pensar que los hubiera en casas particulares parecía absurdo. Cuando surgieron los teléfonos celulares, mucha gente los vio como un exceso inútil y ostentoso, y juró jamás caer en la pedantería de portar uno. Hoy no podemos vivir sin ellos.
Hay un nombre para quienes se empeñan en oponerse al cambio tecnológico: ludditas. El nombre deriva de Ned Ludd, legendario joven inglés que se oponía al uso de los telares industriales impulsados por vapor. El movimiento luddita tuvo su auge en Inglaterra en la década de 1810, en plena revolución industrial, y se ha seguido aplicando a quienes ven el avance tecnológico como una amenaza.
No faltan razones para desconfiar de la nueva tecnología: como no está desligada del resto de la sociedad, puede afectarla de maneras complejas; a veces perjudiciales. El desarrollo de los telares de vapor, por ejemplo, desplazó a una cantidad inmensa de operarios de telares manuales, creando desempleo y pobreza. Y la propia revolución industrial, basada en la fuerza del vapor obtenida al quemar carbón, fue el comienzo de la ola de contaminación atmosférica que hoy agobia al planeta.
Hoy es la tecnología digital la que avanza más rápidamente, y está cambiando nuestras vidas. Las computadoras sustituyen a las máquinas de escribir, internet y el correo electrónico casi acaban con el correo tradicional, los formatos digitales de música y video amenazan la supervivencia de discos compactos y DVDs, y la fotografía digital reemplazó totalmente a películas fotográficas y cuartos oscuros.
Hoy vemos conflictos entre taxistas tradicionales y quienes prestan el mismo servicio mediante el teléfono celular. Calificar a los primeros de ludditas quizá sea exagerado: las consecuencias económicas y sociales de los cambios tecnológicos no son triviales. Pero también es cierto que en evolución, y esto incluye a la tecnología, lo que sobrevive no es necesariamente lo mejor ni lo más justo, sino lo que mejor se adapta a las necesidades del medio.