23 de noviembre de 2024 23 / 11 / 2024

Ojo de mosca 227

Depende

Martín Bonfil Olivera

El ser humano tiende a buscar respuestas definitivas, soluciones claras. Necesita que las historias tengan un final.

Somos así porque el proceso evolutivo produjo cerebros diseñados precisamente para eso: ser capaces de generar interpretaciones, de buscar sentido a lo que ocurre a nuestro alrededor. A partir de la información que recibimos del mundo a través de los sentidos, nuestros cerebros generan relatos que nos permiten entender lo que sucede, y con frecuencia predecirlo.

Pero no siempre los relatos que construimos resultan ser los más útiles. A veces encontramos explicaciones, modelos, narrativas, que suenan lógicos y plausibles, pero que en realidad son sólo historias que le dan un sentido superficial a las cosas: explican las apariencias, pero no coinciden con los hechos a un nivel más profundo. Y por ello no permiten predecir de manera confiable lo que ocurrirá.

Pensar, por ejemplo, que los rayos son causados por el martillo de un dios furioso, o que las lluvias dependen de que realicemos ciertos rituales, puede ayudarnos a “entender” el mundo, a darle sentido, pero no son buenas maneras de predecirlo ni de controlarlo.

Por eso, a lo largo de la historia, hemos ido encontrando maneras de ir más allá de los meros relatos satisfactorios para encontrar explicaciones más profundas, más elaboradas, basadas en algo más que el sentido común. Explicaciones que se basen, antes que nada, en la evidencia. El método más refinado que hemos desarrollado para lograrlo se llama ciencia moderna.

Conforme avanza y se perfecciona, descubrimos que las explicaciones que nos ofrece la ciencia pueden resultar contraintuitivas: inicialmente pueden sonar ilógicas, o ir en contra de lo que se esperaba. No obstante, si hay suficiente evidencia que las respalde, confiamos en que representan fielmente a la realidad.

La ciencia también nos ha enseñado que en muchas ocasiones las respuestas claras, las historias con el final bien definido que nuestros cerebros quisieran escuchar, no están disponibles. Con mucha más frecuencia de lo que nos gustaría, la ciencia no nos puede contar el final del cuento, sino sólo ofrecernos respuestas provisionales o parciales.

Muchas preguntas científicas para las que quisiéramos respuestas tajantes tienen que responderse con un “depende”. Porque todavía no sabemos lo suficiente y hay que investigar más; porque hay demasiados factores involucrados que impiden dar una respuesta única; porque incluso los conceptos involucrados en la pregunta tienen que definirse más claramente antes de poder responder… En última instancia, porque la realidad es demasiado compleja como para reducirla a relatos simples.

La ciencia nos enseña así que muchas veces tendremos que tener paciencia y aprender a vivir con historias cuyo final no alcanzaremos a conocer.

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