Ojo de mosca 269
Ciencia y gobiernos
Martín Bonfil
Foto: Cherdchai Chaivimol/Shutterstock
Cada país necesita un gobierno que se ocupe de resolver los problemas que enfrentan sus ciudadanos. Algunos países, como dice el dicho, tienen el gobierno que se merecen; otros no.
Pero además de proporcionar seguridad, salud y servicios, hacer cumplir las leyes, y muchas otras funciones, hay algo que los gobiernos de todos los países deberían hacer: apoyar la ciencia.
Al decir ciencia, debe entenderse un sistema de investigación y desarrollo científico y tecnológico, que incluya tanto la formación de futuros especialistas como la creación y apoyo de instituciones de investigación; desde becas para estudios en el extranjero hasta programas para buscar respuestas a todo tipo de problemas, que puedan beneficiar no solo a un país, sino a la humanidad. Y también programas que permitan desarrollar tecnologías propias que puedan patentarse y dar origen a industrias novedosas y prósperas, que generen empleos y riqueza, y contribuyan así a elevar el nivel de vida de todos los ciudadanos.
Todo esto debe contar, por supuesto, con los recursos financieros suficientes, y con la indispensable libertad para elegir los diversos caminos a explorar en la generación de nuevos conocimientos. Porque la ciencia es un proceso azaroso que nunca puede predecir de antemano lo que va a encontrar, aunque —si se hace con el rigor y la calidad necesarios— siempre puede garantizar hallazgos confiables y útiles.
Es bien sabido que los países desarrollados, ricos, que tienen los mejores niveles de vida, son precisamente los que han apreciado el valor del desarrollo científico y tecnológico, y que lo han apoyado decididamente. Y no solo a través de fondos públicos, que provienen del gobierno (y, en última instancia, de los impuestos de sus ciudadanos), sino también con fondos de las industrias del sector privado. Porque en naciones así, la sociedad entera aprecia el valor de la ciencia y la tecnología.
Por desgracia, esto no ocurre en todos los países, ni con todos los gobiernos. Hay casos en que el presupuesto en estos temas se ve más bien como un gasto, o hasta un desperdicio, en vez de apreciar su valor como una inversión que, a mediano y largo plazo, producirá beneficios que superarán con mucho lo desembolsado. Y hay también gobiernos que equivocan el camino y ven a la ciencia como una mera herramienta no para explorar el mundo que nos rodea y obtener conocimiento útil sobre ella, sino para resolver “problemas nacionales” —definidos casi siempre con fines políticos por los propios gobiernos—, que exigen resultados casi inmediatos y limitan la libertad de investigación.
¿Por qué lo hacen? Básicamente, porque no comprenden qué es la ciencia y para qué sirve. Porque los integrantes de esos gobiernos, y los ciudadanos de esos países, carecen de una cultura científica.
Es posible que cada país tenga —o no— el gobierno que se merece. Pero ningún país merece quedar rezagado y limitado por decisiones de gobierno que coarten y menoscaben el desarrollo de su propia ciencia y tecnología. Porque eso equivale a quedar condenados al atraso y la pobreza.