Ojo de mosca 284
La otra diversidad
Martín Bonfil
En la entrega anterior de esta columna se habló de diversidad sexogenérica: no solo aquella basada en la orientación sexual (hacia qué individuos siente atracción una persona, sean del sexo opuesto o del propio), sino en la identidad de género: la manera en que una persona se percibe a sí misma, cómo se expresa y desea ser reconocida en sociedad. Si la identidad de género coincide con el sexo biológico de nacimiento, la persona es cis-sexual; si ocurre lo contrario, hablamos de personas transexuales (del griego cis, “en este lado”, y trans, “en el otro lado”).
Son expresiones de la amplia gama de posibilidades de la sexualidad humana, que deben ser reconocidas y respetadas. Pero la diversidad sexogenérica no se agota con las posibilidades anteriores: la naturaleza biológica y humana nos ofrecen todavía algunas sorpresas.
Hablando del sexo como característica biológica, es un prejuicio típicamente humano suponer que las poblaciones de todos los seres vivos deben tener también dos sexos: masculino y femenino, o más propiamente, hembras y machos.
La realidad dista mucho de ser tan limitada. Si bien la mayoría de las especies de mamíferos somos dioicos (es decir, presentamos dos sexos), en plantas y hongos hay especies que tienen individuos con sexos distintos, pero también otras hermafroditas, en las que un mismo individuo puede tener órganos reproductores tanto femeninos como masculinos. Y no hablemos de organismos unicelulares como algunos hongos, protozoarios y bacterias, que, además de la reproducción sexual, pueden recurrir a la asexual, en la que una célula simplemente se divide en dos nuevas células idénticas.
Y algunos organismos tienen más de dos sexos: hay gusanos que tienen tres, protozoarios que tienen siete, y algunos hongos que pueden tener decenas o ¡hasta miles! de sexos distintos.
¿Y el ser humano? Como parte del mundo natural, también tenemos una amplia diversidad. Además de hembras y machos, hay un porcentaje pequeño pero importante de personas que, por varias causas (genéticas, cromosómicas, hormonales) presentan, en distintos grados, características biológicas de ambos sexos. Entre otras, tejido tanto testicular como ovárico, o bien órganos reproductores con anatomía intermedia entre femenina y masculina.
Estos individuos intersexuales —anteriormente llamados “hermafroditas”— constituyen la I de las iniciales LGBTIQ que —con distintas variantes— son utilizadas globalmente para representar la diversidad sexogenérica humana: lesbianas, gays, bisexuales, transgénero e intersexuales.
¿Y la Q? Representa a las personas no binarias, o queer (raro, en inglés), que no quieren ser encajonadas en ninguno de los dos géneros tradicionales.
Sí, la diversidad sexogenérica puede ser complicada de entender. Lo importante es que, por encima de definiciones, opiniones, prejuicios o discusiones, urge reconocer que toda persona, independientemente de su sexo, orientación sexual o identidad de género, debe tener plenos derechos humanos y ciudadanos. Sólo así seremos una sociedad justa.