30 de junio de 2024 30 / 06 / 2024

Ojo de mosca 291

Cuando la ciencia no basta

Martín Bonfil

Debido a su enorme poder para estudiar y entender el mundo natural, la ciencia se ha convertido, a lo largo de la historia humana, en nuestra principal herramienta para resolver todo tipo de problemas.

Esto se debe a su capacidad de generar conocimiento confiable acerca del mundo que nos rodea. Conocimiento que, cuando se aplica para resolver problemas específicos —combatir enfermedades, generar tecnologías, fabricar nuevas sustancias—, simplemente funciona.

No siempre de forma perfecta, no siempre a la primera. Pero, gracias a otra propiedad esencial de la ciencia —la capacidad de corregir y mejorar el conocimiento que produce— con algo de tiempo y trabajo muchos problemas de la humanidad han podido solucionarse.

Pero la ciencia y la tecnología no bastan para resolver todos los problemas. Hay algunos tan complejos que requieren la participación de otras esferas, aparte de la científica-técnica, para remediarlos. Y con frecuencia son, por desgracia, los más importantes.

Un ejemplo son las enfermedades infecciosas para las que ya existen vacunas o tratamientos eficaces y baratos, pero que persisten especialmente en países pobres porque no tienen las condiciones económicas o de infraestructura —agua corriente, vivienda adecuada, vías de comunicación, electricidad— para distribuir las medicinas y vacunas a la población. Incluso hay enfermedades, como la amibiasis y otras infecciones intestinales, que más que con medicinas se podrían resolver simplemente con agua limpia y jabón… si los hubiera.

La desigual distribución de vacunas durante la reciente pandemia de covid-19 entre países ricos y pobres es otro ejemplo de cómo la política y el dinero pueden obstaculizar las soluciones que provienen de la ciencia. Muchos grandes problemas del mundo real no son solo científicos o técnicos: son también económicos, sociales y políticos.

Quizá el ejemplo más dramático es la crisis climática que vive el planeta. Se exploran urgentemente alternativas tecnológicas para disminuir la cantidad de gases de invernadero de la atmósfera. Pero la solución se conoce desde hace tiempo: que la industria a nivel mundial deje de emitir cantidades monstruosas de estos gases, especialmente dióxido de carbono.

El problema no es sencillo: además de las nuevas tecnologías que están en desarrollo para sustituir la generación de energía que hoy logramos quemando hidrocarburos, se requieren soluciones políticas y económicas. El casi nulo avance en la lucha contra la crisis climática se debe a los enormes emporios empresariales que se rehúsan a reducir sus ganancias; también a que los gobiernos de potencias mundiales no quieren pagar el precio de cambiar de tecnologías, por temor a afectar su economía, y al enorme costo social de vencer la resistencia a modificar los hábitos de vida de sus ciudadanos.

Por desgracia, no hay alternativas. Los problemas complejos requieren soluciones complejas. Lo que no debemos olvidar es que, aunque la ciencia no baste para resolver estos problemas, sin ella su solución puede ser imposible.

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