Ojo de mosca 307
Prometeo, Frankenstein y la ciencia
Martín Bonfil Olivera
Ornithomyia fringillaria. Clase: Insecta. Subclase: Pterygota. Filo: Endopterygota. Orden: Diptera
En la mitología griega el titán Prometeo, además de haber creado con arcilla a la humanidad, robó el fuego a los dioses del Olimpo para dárselo a sus criaturas.
El fuego, claro, simboliza también la tecnología y la civilización. Así, gracias a Prometeo —luego castigado cruelmente por Zeus, rey de los dioses—, los humanos trascendimos nuestras limitaciones naturales y mejoramos enormemente nuestras condiciones de vida. (Zeus se aseguró también de castigar a la humanidad liberando todos los males y enfermedades, contenidos en una caja que entregó a Pandora… pero esa es otra historia; leer mitología griega es siempre una delicia.)
Mucho más tarde, a comienzos del siglo xix, en plena era romántica, la escritora inglesa Mary Wollstonecraft Shelley escribió una novela gótica titulada Frankenstein o El moderno Prometeo (la historia de cómo la escribió es también fascinante; vale la pena buscarla). En ella, retomaba no la idea del Prometeo benefactor, sino lo que podríamos llamar la cara oscura del mito. El doctor Frankenstein crea al monstruo que todos conocemos, que sale de su control y causa gran destrucción. Frankenstein representa la desmedida ambición del ser humano —y en especial de los científicos— por el conocimiento.
En esta visión, el atrevimiento de la humanidad al pretender rivalizar con los dioses —como Prometeo— y querer penetrar los misterios de la naturaleza es visto como un peligro, pues puede liberar fuerzas que luego seremos incapaces de controlar y que pueden dañarnos o destruirnos.
Desde la publicación de la novela de Wollestonecraft, ni la ciencia —ni su hermana siamesa, la tecnología— han podido librarse de la imagen negativa asociada al monstruo de Frankenstein. Pese a los innumerables beneficios que nos han proporcionado, existe siempre en la sociedad un temor latente al conocimiento científico y sus aplicaciones.
Y no es un temor infundado: la deforestación y la contaminación, las armas atómicas y químicas, el daño a la capa superior de ozono y la emergencia climática son ejemplo del daño que puede causar el mal manejo de la ciencia y la tecnología.
¿Se justifica entonces la visión de la ciencia como una amenaza a la que hay que temer, producto de la ambición desmedida del ser humano? ¿Es, en cambio, una exageración producto de la falta de cultura científica y el temor al cambio, a lo novedoso y desconocido?
La respuesta, como ocurre con tanta frecuencia, es un tanto decepcionante: depende. Depende del resultado del balance costo/beneficio que se haga, en cada caso, para sopesar los inevitables riesgos de aplicar los avances tecnocientíficos, contra los beneficios que nos pueden proporcionar. Cada caso es único, y el resultado de esos balances tendrá que irse revisando y ajustando con el tiempo, conforme cambien las condiciones sociales y ambientales.
Al final, el monstruo de Frankenstein no siempre tiene que resultar un desastre: puede también convertirse en un aliado. Pero ojo: esto sólo es posible si todos los ciudadanos aprendemos a entenderlo y controlarlo.