Ojo de mosca 42
¿No hay “pex”?
Martín Bonfil Olivera
Una de las ideas favoritas de los ambientalistas y los grupos “verdes” (los que se especializan en la defensa del ambiente), es la de que en la biósfera todo está conectado. No les falta razón, en cierto modo, pues las redes que enlazan organismos y ambiente, formando los ecosistemas terrestres, son tan complejas que muchas veces resulta prácticamente imposible predecir el efecto que un cambio pueda tener en el resto del sistema. A veces se exagera, claro, como cuando se dice que el aleteo de una mariposa en Japón puede desatar un huracán en el Caribe (o que la introducción de un gen modificado puede acabar con la vida en la Tierra). Pero un ejemplo curioso puede mostrar hasta qué punto los efectos pequeños pueden sumarse para tener consecuencias de dimensiones planetarias.
Como es sabido, las vacas comen hierba, cuyo principal constituyente nutritivo es la celulosa. A su vez, la celulosa está formada por miles de moléculas de azúcares simples, unidas en largas cadenas. Para digerir la celulosa, las vacas dependen de la existencia de ciertas bacterias que viven en uno de sus estómagos, llamado rumen. Las bacterias rompen las cadenas de celulosa y permiten que las vacas la asimilen. Pero en los estómagos de las vacas viven también otros tipos de bacterias, los cuales se alimentan de los subproductos de la digestión de la celulosa y producen gas metano.
La producción de metano por bacterias como parte de la digestión es común entre los mamíferos, incluidos los humanos. El metano se encuentra también en los pantanos y como parte de la descomposición de los tejidos orgánicos, en medios donde no hay oxígeno. Pero además, el metano es uno de los famosos “gases de invernadero”, que al acumularse en la atmósfera impiden que la radiación infrarroja que se refleja en la superficie terrestre salga al espacio. Esto ocasiona el famoso calentamiento global, uno de los principales problemas ambientales a nivel global (el otro es la destrucción de la capa de ozono). La conexión sorprendente entre lo que sucede en los intestinos de las vacas y las alteraciones de la atmósfera se manifiesta cuando nos enteramos de que una sola vaca puede producir diariamente ¡50 litros de metano!
Tomando en cuenta el inmenso número de estos animales que se crían en el planeta (aproximadamente 1 300 millones), se estima que la ganadería produce el 15% del metano a nivel mundial. Y más si se toma en cuenta que año con año se derriban hectáreas de bosques y selvas para sembrar pastos y dedicar esos terrenos a la ganadería. Con ello, se asesta un doble golpe al ambiente, pues se eliminan árboles que fijan el dióxido de carbono de la atmósfera (otro gas de invernadero) para convertirlo en celulosa, y se aumenta el número de vacas productoras de metano.
Parecería difícil pensar que la actividad de unas diminutas bacterias pudiera causar tanto problema... hasta que se conocen todos los eslabones de la cadena.
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