Ojo de mosca 58
El gran desperdicio
Martín Bonfil Olivera
Una de las características más importantes de la ciencia es que es racional. Un ejemplo de la diferencia entre el enfoque racional de la ciencia y otras formas de pensar que no tienen este requerimiento es una frase que de vez en cuando aparece al hablar de la inmensidad del cosmos: “Si estuviéramos solos en el Universo, sería un gran desperdicio”.
La frase se refiere a que, de entre todos los millones de galaxias que existen, cada una con millones de estrellas que pueden tener planetas aptos para la vida, sería notable que sólo en un planeta (el nuestro) se hubiera desarrollado la vida inteligente.
Sin embargo, también tiene implicaciones bastante dudosas, que tienen que ver con la noción de “desperdicio”. Para poder hablar de desperdicio tendría que aceptarse que en el Universo hay lo que los expertos llaman una “intencionalidad”, es decir, un plan: implica que hay “alguien” que es responsable de lo que pasa.
No puede hablarse de que la caída de las hojas, por ejemplo, sea un desperdicio, pues no hay un responsable de ello, ni obedece a un plan que pudiera hacerse más eficiente. La salida de agua de un grifo defectuoso, en cambio, sí puede considerarse un desperdicio porque existe algún responsable y porque la situación puede cambiarse para hacerla más eficiente. El grifo forma parte de un sistema controlado por alguien consciente, con intenciones.
Para hacer ciencia se necesita ser racional: ser capaz de formar cadenas de razonamiento lógico que, partiendo de ciertas premisas apoyadas en ciertos datos comprobables, nos permitan llegar a conclusiones más o menos sólidas. Esto no quiere decir que la ciencia nos conduzca a “la verdad”: sólo que produce conocimiento confiable.
Otras disciplinas comparten con la ciencia la racionalidad y el rigor lógico. Las ciencias sociales, la historia, la filosofía y, por supuesto, las matemáticas. En cambio, muchas otras maneras de producir conocimiento no tienen este requerimiento. Entre ellas, las religiones, el esoterismo y muchas disciplinas de “autoayuda”. No es que el conocimiento que ofrecen sea falso: sólo que su validez no es tan claramente demostrable como el de las disciplinas más “racionales”.
Hablar del “gran desperdicio cósmico” implica creer que hay alguien que planeó su existencia; ese alguien sería muy tonto si hubiera creado todo el Universo para poblar sólo un planeta. Pero no hay razones para suponer, en primer lugar, que existe ese alguien; que hay un proyecto para el Universo. Después de todo, un Universo que es producto de un proyecto superior no necesitaría de las explicaciones que proporciona la ciencia.
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