¿Quién es? 278
Ofelia Morton Bermea
Norma Ávila Jiménez
Foto: Arturo Orta
El estudio de la composición de las rocas para evaluar la contaminación ambiental.
Cuando Ofelia tenía nueve años, su papá llegaba en las tardes del trabajo y entusiasmado le platicaba de los procesos químicos llevados a cabo ese día en su laboratorio. Recuerda muy bien cuando le mostró un fragmento de aztrakanita: “Mira, este mineral que traen de Cuatro Ciénegas va a servir para hacer un medicamento para el aparato digestivo”. Así surgió su curiosidad por la naturaleza, que habría de llevarla a estudiar ciencias químicas en la Universidad Autónoma de Coahuila. Poco después de titularse, la Universidad de Nuevo León convocó a la formación de docentes que se unirían a la Facultad de Ciencias de la Tierra próxima a abrirse. “Mi licenciatura en química no era válida para hacer un posgrado en ciencias de la Tierra, por lo tanto, tuve que estudiar una segunda licenciatura, la de mineralogía, y ahora soy geoquímica”, dice Ofelia Morton.
La nueva formación básica la adquirió en Alemania, donde, además, tuvo que aprender el idioma. “Fue un camino largo”, nada fácil, pero lo recorrió con una dedicación que le permitió hacer la maestría en geoquímica y petrología en la Universidad de Karlsruhe, y el doctorado en ciencias en la Universidad de Hamburgo. Después de permanecer en Alemania por 11 años, regresó a México para trabajar en la UNAM: “La Universidad Nacional me recibió como si fuera mi mamá”, dice Ofelia, quien es la actual encargada del Laboratorio de Plasma-Masas del Instituto de Geofísica de la UNAM. Ofelia se ha centrado en la evaluación del impacto ambiental de metales (principalmente el mercurio) en zonas mineras y urbanas, y el de la actividad volcánica en la contaminación atmosférica. Su interés por profundizar en sus investigaciones probablemente la conduzca pronto al continente blanco: la Antártida.
¿En qué zonas mineras ha evaluado la contaminación por mercurio y cuáles han sido los resultados?
Estamos orgullosos de la investigación que realizamos en 2011 en Cedral, San Luis Potosí, que no es una zona minera sino metalúrgica, pero desde la época de la Colonia allí se procesó mineral de plata extraído de minas principalmente de Real de Catorce, y también en Zacatecas. La plata se extrajo haciendo amalgama con el mercurio, lo que generó 220 000 toneladas de residuos. De estos, 10 toneladas son restos de mercurio depositados en lo que ahora es la zona urbana. De ahí la importancia de hacer una evaluación de ese elemento en la sangre de los niños, en el aire, el suelo y el polvo en las escuelas. De acuerdo con el resultado, sorprendentemente el impacto no es muy alto y esto se atribuye a la forma química del mercurio contenido en esos depósitos. Sin embargo, el reprocesamiento y la manipulación de esos residuos ha provocado cambios en la forma química en una proporción del mercurio que sí causa un impacto moderado en la población. Este tipo de estudios se tienen que realizar en otras localidades minero-metalúrgicas en México.
Cerca de la Ciudad de México está el volcán Popocatépetl. ¿Son dañinos a la salud los niveles de mercurio despedido por sus erupciones?
Para hacer esa evaluación estudiamos la dispersión del mercurio elemental gaseoso emitido por el volcán midiéndolo durante 24 horas de intensa actividad volcánica desde una distancia de 11 kilómetros del cráter y, además, durante un viaje en automóvil alrededor del Popocatépetl por un camino de 129 kilómetros. Los registros mostraron que la concentración más alta de mercurio atmosférico alcanzó los 10 nanogramos por metro cúbico, que no excede los 200 recomendados como límite por la Air Quality Guidelines for Europe. Por otro lado, estudios atmosféricos mostraron que las exhalaciones de “Don Goyo” no son una fuente emisora de ese elemento para la Ciudad de México, mientras que el tránsito vehicular ha resultado ser la más importante. Según las mediciones que realizamos al respecto en mayo de 2019, el mercurio gaseoso alcanzó los 11.9 nanogramos por metro cúbico, y en mayo de 2020, los 12.
¿Han aumentado los niveles de mercurio atmosférico en la Ciudad de México?
En el último estudio que realizamos en 2013 en diversas zonas del área metropolitana durante tres temporadas (caliente seca, lluviosa y fría seca), observamos que el noreste mostró mayor concentración de mercurio atmosférico, lo que coincidió con los reportes de incremento de la contaminación durante la temporada fría seca y se atribuye a emisiones industriales en esa zona urbana. La comparación de estos resultados con los reportados por otros grupos de investigación en 2006 permite ver con agrado que los niveles de mercurio atmosférico han disminuido, lo cual puede estar relacionado con la implementación de leyes ambientales de control de emisiones.
¿Qué debemos hacer como ciudadanos para ayudar a frenar la contaminación atmosférica?
No podemos parar el progreso, pero lo que sí podemos frenar es el ultraconsumo de productos. Esto implica, por ejemplo, evitar el cambio del teléfono celular cada año y prescindir del coche y del uso excesivo de combustibles fósiles. Es necesario consumir, pero hagámoslo responsablemente. ¿En qué consiste el proyecto al que la invitó la Agencia Mexicana de Estudios Antárticos (AMEA)? La AMEA invitó a integrantes de mi laboratorio de la UNAM a participar en un proyecto al sur de nuestro continente junto con investigadores de la Universidad de Berkeley, Estados Unidos. Convocó el Instituto Antártico Uruguayo, donde se llevan a cabo programas científicos de geociencias, ciencias de la vida, ciencias físicas, ciencias sociales y monitoreo ambiental, áreas que abarcan las iniciativas de seguimiento de parámetros y procesos ambientales. Nos invitaron debido a nuestro interés por comparar la contaminación de la Ciudad de México con la de zonas puras, prístinas, sin impacto, como el Polo Sur.
El impacto de la actividad volcánica y de la extracción de metales como el mercurio en zonas mineras y urbanas de México.
Cuando no investiga, ¿cómo disfruta sus momentos de relajación?
Estudio saxofón, instrumento que compré cuando cumplí 50 años para entablar un diálogo con mis hijos, en ese entonces estudiantes de música e intérpretes de jazz y que hablaban de escalas, timbres y tonos; sentía que no iba a tener tema de conversación al respecto. Me gusta leer a Javier Marías y a Haruki Murakami. Los personajes de este último me atrapan porque me parezco a ellos, son un poco extraños. La cocina es otra de mis pasiones.