29 de junio de 2024 29 / 06 / 2024

¿Quién es? 307

Laura Oropeza

Gloria Valek

Retrato: Arturo Orta

¿Cómo crear, desde México, dispositivos y laboratorios diminutos con enormes aplicaciones? Esta ingeniera de la unam nos lo cuenta

Conocí a Laura Oropeza a través de Microfascinantes, un proyecto creado por ella y otros colegas ingenieros (con financiamiento de la Secretaría de Educación, Ciencia, Tecnología e Innovación de la cdmx) sobre microtecnología, es decir, dispositivos de unos cuantos cientos de micras que hoy ya tienen enormes aplicaciones. Con ellos se pueden realizar pruebas portátiles para saber si el agua de un manantial es apta para consumo humano, crear minilaboratorios para el diagnóstico clínico de diversos padecimientos, insertar sensores en el cuerpo humano o producir sistemas inteligentes en teléfonos celulares operados con las yemas de los dedos.

Ingeniera mecánica por la unam y doctora en micro y nanotecnología por la Universidad de California en Santa Bárbara, Estados Unidos, Laura es pionera en México en el desarrollo de microsistemas bio (biomédicos, biológicos y bioquímicos) y en microfluídica, un conjunto de tecnologías que permite diagnósticos clínicos en miniatura.

Laura dirige el Laboratorio de Microtecnología Biomédica de la Facultad de Ingeniería de la unam. Conozcámosla un poco.

¿Qué cosas te emocionaban de niña?

Era muy inquieta y me emocionaban muchas cosas… Era buena estudiante, quizás un poco nerd pero latosa, y lo sigo siendo [sonríe]. Soy muy curiosa: quería estudiarlo todo; ser astronauta, abogada, cantante, científica y dedicarme a la robótica. Mi familia es de músicos y docentes: mi mamá es psicoanalista y fue la primera mujer de su familia en ir a la universidad; mi papá es pianista y dirigía coros y comedias musicales; mi abuelo también tocaba piano y órgano en la estación de radio xew, y mi hermano es jazzista.

La música y la tecnología tienen relación con la ingeniería y siempre me han gustado. De niña también tocaba el piano y disfrutaba mucho cantar; formé parte de varios coros y participé en el primer disco del Coro Acardenchado. Además siempre me ha interesado la divulgación de la ciencia; en la preparatoria y durante la carrera leía ¿Cómo ves? y disfrutaba los talleres de teatro y baile. Creo que para ser ingeniera hago un poco de performance, pues me ha servido para impartir clases y disfrutar las entrevistas [sonríe].

Fuiste al Colegio Madrid y luego a la unam, y seguías interesada en la robótica… ¿Qué te hizo estudiar ingeniería?

Sí, entré al Madrid porque quería reforzar la parte de matemáticas y física, y cuando terminé la preparatoria hice el examen de la unam, pero como no había robótica entré a computación. Apenas pude me cambié a ingeniería mecánica, que se acercaba más a mis intereses. Hace tres décadas los robots implicaban muchos retos; más que armarlos y desarmarlos, me gustaba, me gusta, analizar y pensar la parte multidisciplinaria, la mecánica, la electrónica y la física aplicada, y eso lo fui encontrando en ingeniería.

¿Cómo fue ser mujer en la carrera de ingeniería mecánica?

Tras el primer filtro quedábamos pocas mujeres; al final sólo cuatro de nosotras terminamos la carrera frente a unos 30 hombres. Eso ha cambiado un poco, pero aún hay grandes diferencias. Al principio me costó trabajo asumirme como feminista, pero siempre he sido rebelde ante las injusticias y desigualdades, expreso mi opinión y disfruto de las humanidades y la política.

¿Cuánto tiempo estuviste en California? ¿Cómo fue tu experiencia como mexicana?

Estuve allá seis años y medio, pues ingresé a un programa de doctorado directo y luego hice un posdoctorado. Fue un reto, porque era la primera vez que salía del país. Pese a mi mediano inglés obtuve una beca y descubrí la microtecnología; me apasionó estudiar el camino por el que viajan los electrones a escala muy pequeñita a través de dispositivos de un grosor menor a un cabello humano.

Había más estudiantes de México, pero en otras especialidades. En mi área estudié con personas de Estados Unidos, India y China con las cuales aún mantengo contacto; soy amiguera. Fue muy interesante verme a mí y a México desde otras perspectivas científicas, técnicas y sociales, pues en nuestro país es más complicado, sobre todo para las mujeres: nuestra voz no pesa igual, aunque en Estados Unidos también hay desigualdades. Ahí entendí un poco la vida de las personas migrantes y reconocí mis privilegios. Al principio rentaba un cuarto en el patio trasero de una familia china y me fui mudando a casas de estudiantes en un ambiente multicultural, donde hablábamos de cosas que antes no me había planteado. Entre mis logros académicos allá hice microsensores de movimiento que hicieron muy feliz a mi asesora [sonríe].

Fue muy interesante verme a mí y a México desde otras perspectivas científicas, técnicas y sociales, pues en nuestro país es más complicado, sobre todo para las mujeres: nuestra voz no pesa igual, aunque en Estados Unidos también hay desigualdades. Ahí entendí un poco la vida de las personas migrantes y reconocí mis privilegios

¿Cómo fue volver a la unam?

Disfruté mucho ser estudiante de la unam y al regresar de California tuve suerte porque hubo un programa de incorporación académica que me permitió llegar a donde estoy. Hice otro posdoctorado y comencé a dar clases, pláticas y a convencer a estudiantes y colegas de voltear hacia la microtecnología. Puedo decirte con orgullo que el primer dispositivo microfluídico mexicano lo construyó en 2011 una de mis estudiantes en colaboración con un laboratorio del Instituto de Física. En 2014, con financiamiento del entonces Conacyt, monté el Laboratorio de Microtecnología para miniaturizar procesos biomédicos y poder trabajar con personas de áreas de física, química, biología y, por supuesto, ingeniería.

¿En tu laboratorio han planteado tecnología para detectar, por ejemplo, el virus sars-CoV-2?

Sí. Me gustaría poder ayudar a tener diagnósticos inmediatos de padecimientos provocados no sólo por sars-CoV-2 sino también por influenza, zika, chikunguña y otros, sobre todo para comunidades rurales y de difícil acceso. En esos sitios los sistemas miniatura serían muy útiles para detectar patógenos, y la idea es tener un laboratorio en una caja o estuche, no toda la infraestructura hospitalaria con sus enormes costos.

¿Cuáles son sus ventajas ante las instalaciones convencionales?

Muchas, como que sólo necesitas una gotita de sangre o de otros fluidos fisiológicos para detectar una enfermedad; se ahorra así en insumos bioquímicos, que son los que elevan el costo de las pruebas de laboratorio, y la miniaturización permite mejorar la capacidad para detectar concentraciones pequeñas de patógenos con aparatos portátiles. Así podríamos mejorar el monitoreo de fuentes de agua, aplicaciones sanitarias, el control de alimentos, la medicina personalizada a través, por ejemplo, de tatuajes inteligentes (circuitos en la piel con los cuales pueden monitorearse pacientes), la generación de energía, sensores de teléfonos celulares, el desarrollo de fármacos y vacunas… sirve para todo.

Lo que ocurrió con la pandemia de covid nos muestra la necesidad urgente de contar con esos dispositivos microtecnológicos —sobre todo en zonas marginadas—, y de usarlos en medicina social y en otras aplicaciones, como las de mi primer posdoctorado: microceldas, microelectrodos de materiales de carbono y enzimas para generar energía a partir de glucosa, bioelectrodos y materiales verdes para generar energía eléctrica limpia.

¿En qué trabajas actualmente?

Además de la docencia y la investigación y de participar en Microfascinantes estoy desarrollando con una de mis mejores estudiantes un nuevo material de carbono micronano estructurado para hacer biosensores ultrasensibles. Además seguimos trabajando en el prototipo del laboratorio portátil para detectar el virus sars-CoV-2 con colegas del Instituto de Ingeniería y la Facultad de Química. Estamos en pruebas de concepto, pero se requiere conectar a gobiernos, universidades e industrias para llevar nuestra tecnología a las mayorías, particularmente a niñas, niños y personas vulnerables que mueren hoy por padecimientos simples, fácilmente tratables si se detectan a tiempo. En México tenemos la capacidad para desarrollar esa y otras tecnologías; nos falta mejorar mucho la colaboración.

Al principio me costó trabajo asumirme como feminista, pero siempre he sido rebelde ante las injusticias y desigualdades, expreso mi opinión y disfruto de las humanidades y la política

En corto

País para viajar. Nueva Zelanda, cuya sociedad me parece más equitativa. Me encantan, además, sus paisajes en El señor de los anillos. Amaría ver las auroras boreales.

Aficiones. Además de cantar y bailar, escuchar rhythm and blues, música clásica y rock; me gusta la fiesta, hacer ejercicio, soy sociable [sonríe].

Amores. Mi hijo Elián, con quien construí una familia monoparental. A partir de mi maternidad dimensioné el enorme valor del cuidado en la sociedad y aprendí que para cuidar a mi hijo tenía que cuidarme a mí también. Amo a mi familia y a mi enorme red de amigas y amigos, en especial a las Supernovas, compañeras de vida y de academia.

¿Qué les dirías a los jóvenes? Que el camino en la ciencia y la ingeniería no es parejo entre hombres y mujeres pero que cada vez somos más quienes trabajamos para cambiar eso, que hagamos equipo y que entre todas, todos, todes podemos construir redes de apoyo solidarias y empáticas. Estudiar y dedicarse a lo que les gusta es su derecho y en el mundo miniatura hay mucho lugar para ustedes.

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